Brillaban
sus colores, apetitoso manjar para cualquier niño, pronto comenzaría la
carrera, todos estaban listos, deseosos del éxito, pero solo uno podía ser el
ganador. El llegar a la meta no les sería fácil, ¡Dejaremos de ser gorditos,
tragones, niños con sobrepeso…! Frases estimulantes resonaban en sus mentes,
pero la realidad, era muy diferente.
Sus
padres los animaban desde las gradas y los trece niños con mucho entusiasmo
empezaron a correr. Tras la primera vuelta al recorrido, Luz y Paz, las dos
gemelas, se iban anticipando al resto. Filipo observaba como Lucio lo
adelantaba por su derecha, lo dejo pasar y siguió con su ritmo en quinto lugar,
su resistencia lo mantenía algo más lejos que los demás pero no le importaba.
Paz
llegó la primera a saltar el charco, sujetó la cuerda con firmeza, cogió
impulso y se lanzó, pero no tuvo suerte y cayó en el barro. Su hermana para
evitar la caída decidió hacer trampa y rodearlo, pero el árbitro la
descalificó. Lucio había conseguido alcanzar a Darío y tras calcular las
distancia consiguió pasar al otro lado casi sin esfuerzo. Filipo llegó segundos
después pasando la prueba de puntillas.
Una
vez ante el muro Lucio comenzó a subir, iba en cabeza del resto, todo apuntaba
a que sería el ganador. Los mas holgazanes, los que no habían conseguido perder
bastante peso se peleaban por saltar el charco pero a muchos de ellos le fue
imposible, el sobrepeso continuaba siendo un lastre para ellos. Filipo al
llegar al muro se descalzó, subió lo más rápido que pudo, adelantó a Lucio por
un instante y consiguió arrebatarle el bate de beisbol en el último segundo.
Sentado
en el borde del muro Filipo sujetaba el bate para golpear el gran caramelo
gigante, Lucio permanecía a su lado esperando el momento de que fallase para
otorgarse el premio. Antes de lanzar el primer golpe miró para su alrededor, a
lo lejos desde las gradas los espectadores lo animaban, y sus compañeros
proclamaban su nombre como ganador. Cogió ávidas fuerza y de un golpe, lo
rompió.
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