El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

viernes, 14 de octubre de 2011

LA HUIDA DE LOS TRES AMIGUITOS


Taconcitos desde su inseparable posición pasaba las horas, los días y los años. Lo habían comprado hacia ya casi dos décadas, todo este tiempo había permanecido en la misma posición. ¿Que se podía esperar de un sillón orejero? ¿A caso era otra su misión?

Mientras, Fresita atada a la valla intentaba morder la soga que le apresaba a aquella casa. Su tez rosada le picaba, le parecía hortera y le irritaba los ojos. No podía haber tenido peor destino. En la feria de ganado, cuando vio a su comprador le pareció amable y cariñoso, pues buscaba un poni para su hija, y ella era la elegida, se sintió afortunada. Pero fue a parar a las manos de una niña malcriada, que nada más verla la rechazó, porque no le gustaba su color marrón. La niña, quería un poni rosa como los de juguete, y el insensato de su padre compró un bote de pintura y la roció con él.

Su tela cuadriculada se desgastaba cada día más, el sobrepeso de Alfonso se absorbía el poco tiempo de vida útil que le quedaba, mientras fumaba su puro abano al lado de la chimenea, su culo rechoncho hacía ya tiempo había estropeado la forma del sillón. Cada día se sentía más ahogado en aquel hogar. Desde su posición podía observar a Fresita, que no había conseguido soltar la cuerda, y paseaba a su dueña por el jardín, al menos de momento, porque contando con una simple oportunidad,  intentaría huir de allí.

Lamparín comenzó a reír descaradamente, -¿De qué te ríes, poca luz?-le dijo Taconcitos a la lámpara de pié que siempre había alumbrado al Señor Alfonso en sus lecturas nocturnas.
- Me rio de ti, y de Fresita, lo desdichados que sois los dos- dijo Lamparín con descaro.
-Nunca te he tenido como mi mejor amigo, pero compartimos tantos ratos uno al lado del otro. Tu ríes, pero si fueras tú el que estuviera aquí soportando el peso y los desenfrenados gases del Señor, otro gallo cantaría- le reprochó taconcitos a la lámpara.

Dejaron su fluida conversación porque apareció de repente la Señora Águeda, pretendía pasar la aspiradora, teniendo que retirar a Taconcitos, para aspirar debajo de la alfombra. Al mover a Taconcitos, uno de sus tacones de madera se desprendió. La señora que no poseía gran equilibrio volcó el sillón en el suelo, cayéndose encima de Taconcitos, al quedar con el culo al aire, la Señora se dio cuenta de que Taconcitos por el interior se estaba apolillando. Decidiendo sacar a taconcitos al porche, para que cuando viniera su marido lo llevase al vertedero.

Lamparín permanecía atento a las palabras de la Señora Águeda que hablaba por teléfono.

 -¿Muebles Frescos e Ideales? -preguntó la señora a la dependienta de la tienda de muebles de moda.
-Sí, señora ¿Qué desea?-le dijo la joven.
-Quiero que me mande el sofá modelo 41567 de su última oferta, ese que da masajes y trae reposapiés. Tráigame también la lámpara que viene en la fotografía-dijo la Señora Águeda mientras Lamparín comenzaba a temblar.
 -Señora, esa lámpara no está en venta, solo es un adorno para la foto-dijo la joven.
-Me da igual, yo quiero esa misma lámpara, quedaría muy bien con mi nuevo sofá, se la pagaré bien. O al menos dígame donde la han comprado.-dijo la señora que no se daba por vencida.
-Esta bien señora mañana por la tarde le llevaremos su pedido-dijo la dependienta.

Lamparín miró por la ventana, observaba como el perro del vecino de al lado, primero se orinaba y luego se subía encima de Taconcitos. Pensaba que pronto harían con él lo mismo. La Señora después del colgar el teléfono procedió a sacarlo de la casa, pero a él lo llevaron al trastero. Su luz ya no alumbraría, pues se había convertido en un traste mas, al menos no tendría el fatídico desenlace de Taconcitos.

Fresita entraba en el trastero, allí tenía su hogar, entre cachivaches y paja, pero no le pesaba compartir su guarida con aquellos trastes, lo importante para ella era no ser ella misma, estar disfrazada y ser utilizada por una niña malcriada a su antojo. Cuando llevaba un rato vio a Lamparín que mascullaba entre dientes.

-¿Qué te pasa Lamparín? ¿Qué has hecho para estar aquí?- Preguntó Fresita.
-Servir durante tantos años a mi dueño, y hacerme viejo. Taconcitos se ha roto y van a tirarlo a la basura para cambiarlo por otro, y ahora, yo me he quedado anticuado para el nuevo sofá. Esa es mi desdicha, y no me puedo quejar.-dijo Lamparín que comenzaba a reflexionar sobre la conversación que había tenido antes con Taconcitos, otro sería el gallo que cantase ahora al Señor Alfonso.

-¿Qué te parece si nos escapamos los tres?-dijo Fresita que se animaba rápidamente a la huida.
-¿Quién, Taconcitos, tu, y yo? Tú estás loca, ¿Qué íbamos a hacer los tres?¿Y cómo escapar?-dijo Lamparín, con sus dudas de siempre.
-Esperaremos a que llegue la noche, y ahí comenzaremos la huida-dijo Fresita mientras comenzaba a trazar un plan.

A la llegada de la luna cuando daban las doce y media de la noche, Fresita esperaba que pasara el camión de la basura para dar una patada a la puerta del trastero y que nadie se percatara del ruido. Una vez que estaba en el jardín, Lamparín tembloroso seguía sus pasos, lo atravesaron hasta llegar a la puerta de la calle donde estaba Taconcitos. Cuando llegaron tenían un imprevisto que no habían salvaguardado, el perro del vecino había decidido dormitar aquella noche encima de Taconcitos.

-¿Cómo nos arreglamos ahora? Será mejor que volvamos.-dijo Lamparín con su tembleque.
-Ni hablar ,yo me quiero ir de aquí y quitarme este espantoso color rosa cuanto antes, no espero un día más, si quieres me voy sin ti, pero al menos ayúdame a distraer al perro.-dijo Fresita mas mandona que nunca.

Lamparín se acercó al perro y comenzó a hacerle cosquillas con el enchufe hasta que se despertó y salió corriendo detrás de él. Mientras, Fresita recogía el tacón suelto y animaba a Taconcitos a correr lo más rápido posible. A lo lejos dejaban un increíble alboroto, al parecer el perro del vecino mientras corría tras Lamparín, había caído en una piscina, y ladraba despertando a medio vecindario, pero eso a ellos no les importó y siguieron con su huida sin mirar atrás.

Días más tarde, Fresita con su color natural galopa junto con caballos silvestres que encontró en su huida. Taconcitos se encuentra en lo alto de la montaña, en una casita de madera abandonada, y cuando llega la noche, Lamparín alumbra el nuevo hogar. Y los tres amiguitos libres de aquel horrible hogar. Son felices en el campo, mejor que en la ciudad.

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