El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

lunes, 30 de mayo de 2011

EL VAMPIRO DE LA LACENA


Manu pretendía acostar a su hijo Pablo de cinco años, el niño acostumbraba a pedirle a su padre que le contara un cuento, pero aquella noche había visto anunciar en la televisión una película de vampiros para el próximo sábado por la noche. Cambiando la rutina del cuento por una improvista conversación.

-¿Los vampiros existen, o solo salen en la televisión? Porque Juan dice que en los libros también hay vampiros, y si los describen también es porque habrán existido ¿no?-Dijo el pequeño a su padre atemorizado porque realmente hubiese algún vampiro acechando para morderle.

-No te preocupes, que si rondase alguno por este mundo todavía, sabremos cómo eliminarlo. ¿Quieres que te cuente una historia real sobre vampiros? Pero me tienes que prometer que no te asustaras, porque tu madre y yo siempre estaremos preparados por si las moscas.-Dijo Manu mientras intentaba recordar una historia de cuando él era niño.

-Si papá cuéntamela, prometo no quedarme dormido-Dijo el niño mientras recostaba la cabeza en la almohada.

-Hace muños años cuando yo tenía tu edad, conocí a un vampiro, ocurrió de la siguiente manera: Un día que mi abuelo Siberiano limpiaba la chimenea del vecino desde el tejado, siendo tanta la tizne, que llegó la noche y estaba en el tejado, cuando pretendía recoger todos sus utensilios para irse a casa, apareció de la nada, una joven de cabello negro y rizado, de tez tan clara como la de la luna de aquella noche, 
acercándose a él con suavidad, mi abuelo permanecía inmóvil ante la belleza de aquella dama, que de repente abrió la boca enfurecida sacando de ésta unos afilados colmillos, propinándole un buen mordisco antes de que se diera cuenta. Sintiéndose inestable y confundido recogió sus pertenencias como pudo y se fue a casa.

Cuando llegó a casa, mi abuela María lo esperaba para cenar, pero este se dirigió hasta el dormitorio sin mediar palabra, sospechando mi abuela que algo había ocurrido, se dirigió al dormitorio y allí estaba mi abuelo tumbado sobre la cama, pálido y ojeroso. Tiritaba sin cesar, y sudaba a borbotones, mi abuela pensó que se había acatarrado, porque aquella tarde corría aire fresco, entonces comenzó a delirar, diciéndole a mi abuela que su pelo negro y sus dientes nacarados era lo más bello que habían visto sus ojos, que cada día esperaría el anochecer para volver a ver sus ojos de fuego eterno.

Mi abuela que era rubia y de ojos azules comenzó a malinterpretar las palabras de mi abuelo, pensando que este la había sido infiel, y que al haber cometido aquel hecho se había enfermado. Aunque enfadada, por su confusión aguardaría el sueño de su esposo hasta que a la mañana siguiente se encontrase en condiciones de darle una explicación.

Mi abuela permanecía adormilada en la mecedora de su cuarto cuando notó de repente una sobra cercana, era mi abuelo que se había levantado , acercándose a mi abuela con la boca bien abierta y sus dientes afilados, pretendía darle un mordisco, quería beber de su sangre, su instinto se lo pedía, pero mi abuela que llegó a abrir los ojos antes de que estuviera lo bastante cerca, saltó de la mecedora y agarró un jarrón que tenía cerca, y se lo lanzó dándole en la cabeza, y este se desmayó.

A la mañana siguiente llegue a casa de mis abuelos antes de ir a bañarme al rio con mis amigos, y cuando entré por el portal me sobrevino un horroroso olor a ajo, cebolla e incluso vinagre, una mezcla explosiva que ahuyentaba de la casa a cualquier insecto o ser humano que pretendiese entrar.

Pregunté a mi abuela que de donde provenía aquel insufrible olor, y me indicó hasta la lacena, abriendo ella misma la puerta, allí sentado en una silla atado, y aliñado como una ensalada se encontraba mi abuelo, permanecía inmóvil, con la cara pálida y ojerosa, con la mirada fija sin saber donde estaba. Mi abuela decía que lo dejaría allí encerrado hasta que le contase que la había pasado y porque había intentado morderla, que si era un vampiro, por ella permanecería encerrado en la lacena.

Descubrí una lagrima que resbalaba por su rostro, no sé si lloraba porque la cebolla era picante o porque no podría volver a ver a la joven vampira mientras que la bruja de mi abuela lo tuviera encerrado.-Manu contó así su historia de cuando era niño a su hijo Pablo, mientras el niño dormía placido igual que un angelito.

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