El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

viernes, 30 de diciembre de 2011

¿DONDE ESTÁN MIS HUEVOS DE ORO?

El cotorreo contundente de un inesperado velorio padecía aquel gallinero. Curruca sin pescuezo ya no volvería a poner más huevos. Sus compañeras de encierro lloraban la pérdida mientras imploraban que a ellas no les ocurriera lo mismo. No querían ser caldo o filete de gallina, solo pretendían están tranquilas para poner huevos.

Un rumor le había costado la vida a Curruca. Las cotillas decían que en el monte había una gallina que ponía huevos de oro, y Telésforo no tuvo mejor idea que hacer hueco para su nueva adquisición, pensando en la facilidad de la misión.

Curruca ya había pasado a mejor vida y sus compañeras se encontraban expectantes ante tal situación. Decidiendo así turnarse entre ellas para que mientras unas dormían, las otras colocaran huevos continuamente en la cesta. A la mañana siguiente cuando Telésforo fue a recoger la colecta, se encontró que los huevos casi se salían por la puerta.

Una vez puso en orden el gallinero, realizó todos los repartos pendientes. Más tarde cogió una red y se dirigió hacia el monte, quería buscar la gallina de los huevos de oro. Cuando llegó se encontró a doce de los veinte habitantes de su pequeño pueblo. Todos buscaban la misma gallina, la que supuestamente ponía huevos de oro, aunque solo uno de ellos decía haberla visto.

Olegario el panadero, exhibió por todo el pueblo un huevo de oro, decía haberlo encontrado en el monte mientras buscaba leña para el fuego, dijo haber visto una gallina entre los alcornoques del desfiladero, en marrón con reflejos dorados describió su aspecto.

Decidieron buscarla entre todos, unos cerca de la laguna y los otros por los alrededores del desfiladero. El que consiguiera cogerla sería el dueño de esa fantástica gallina, la misma que tenía a todo un pueblo entero buscándola, pensando todos ellos en la fortuna de tener una gallina que pondría cada día los huevos de oro.
Telésforo se fue con Matías dando un paseo hasta la laguna, pero sin perder de vista cualquier movimiento de arbustos. Fueron varios los conejos que salieron a su paso, de haber tenido la escopeta los hubiera cazado, pero ellos estaban a otra cosa, y no prestaron mucha importancia a los conejos.

Matías cansado de buscar a la gallina decidió sentarse bajo un olivo. Con las naranjas en la mano se había quedado cuando su esposa fue rápidamente para avisarle de que los vecinos iban camino al monte “a lo de la gallina”, le dijo después de haberse asomado a la ventana tras sentir un alboroto, y éste salió a su búsqueda sin darle tiempo de comerse la fruta.

Telésforo mientras tanto, a no muy lejos de Matías miraba entre unos matorrales cerca de la laguna. Se acercó al borde, se agachó y recogió una pequeña tortuga y luego la soltó en su red, se la iba a llevar para su pequeña Adelaida que llevaba tiempo pidiéndole una. Mientras seguía inspeccionado el lugar encontró restos de excremento de gallina, y eran recientes, debía estar cerca.

Un mirada a los pies del olivo donde estaba sentado Matías, le indicó el paradero de la gallina. Era verdad que su color era marrón, pero desde aquella distancia no se distinguían los reflejos dorados que decían tener. Picoteaba los gajos de una naranja que Matías había tirado, debía de estar vana.

Se fue acercando con tranquilidad, Matías pensaba que iba hacia él para irse a casa cuando vio que sacó la tortuga de la red y la tiró al suelo, Matías no entendía nada.  Pero Telésforo sabía bien lo que hacía, quería la gallina para él y estando su vecino tan cerca no podía decirle nada.

Cuando lanzó la red, Matías se levantó, pensaba que su amigo y vecino estaba de broma, pero cuando se rodeó comprobó que la búsqueda había terminado, que Telésforo la había capturado. “Que suerte ha tenido. Si mi mujer me hubiera dejado comerme las naranjas tranquilo esto no hubiera pasado” pensó.

Bajaron al pueblo, sus tres calles seguían desiertas, hasta las mujeres se habían animado a la cacería. Solo el médico del pueblo y la enfermera permanecían en el centro de emergencia, les había tocado hacer allí su guardia aquel día, y no estaban enterados de lo que allí sucedía. Pero Telésforo a gritos los enteró de todo, pues se había situado en la pequeña placita que unía aquellas calles para que todos supieran que él había capturado a la gallina de los huevos de oro.

En el gallinero de Telésforo el ritmo seguía, unas ponían huevos mientras otras dormían, y cuando abrió la puerta los huevos para fuera corrían porque de la cesta se salían. “Te llamaras Navidad” le dijo Telésforo a la gallina cuando la metía en el gallinero con las que serian sus nuevas compañeras.

A la mañana siguiente se levantó temprano, se encontraba contento, ya que esperaba encontrar al menos un huevo de oro. La expresión de su rostro cambió cuando abrió el gallinero, no solo porque no había huevos de oro, no había ni un solo huevo. La famosa gallina no se había escapado, no había salido del gallinero, pero, el no haber huido de allí sería su condena, pues sería la cena de aquella noche, ya que se había comido todos los huevos que las otras gallinas se habían esmerado en colocar en la cesta.

Olegario el panadero había lanzado el rumor en el lavadero, fue tan creíble la situación que había contado que todos los presentes le creyeron. Aunque era un poco extraño que compartiera con ellos ese descubrimiento a todos les cegó el brillo del huevo de oro que Olegario les había mostrado, no sabían sus vecinos ingenuos que eran víctimas de una inocentada y que el famoso huevo no era más que una piedra envuelta en pan de oro. 

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