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lunes, 15 de diciembre de 2025

EL BANCO DE DON DIENTES


Ramiro Rodríguez alias Don dientes como todos le apodaban observaba con detenimiento el árbol de navidad que el ayuntamiento había colocado en la plaza, justo en frente del edificio donde residía como portero, trabajo que heredó tras el fallecimiento de su padre. La altura de la copa le hacía la distancia hacia la estrella inalcanzable igual que un deseo de navidad, la nostalgia de la unión de los días que se acercaban lo llenaban de soledad, sentimiento que ocultaba tras la sonrisa de dientes grandes y sobresalidos que opacaban la tristeza que su gran corazón no compatía.  

Por un momento, las luces brillaron tan fuerte que cegado cerró los ojos y pidió un deseo, -Que todos me quieran, por favor- tras abrirlos el silencio se hizo más oscuro, solo sirio iluminaba desde el cielo. Volvió la luz tras el efímero apagón y Ramiro se marchó a casa acongojado, deshilachando recuerdos de cuando siendo un niño se sentía normal. 

A la mañana siguiente, aún en la cama, fue despertado por un traqueteo de dientes que despedidos salían de su boca, asustado decidió taparse con las manos, pero se le amontonaron de tal manera que para no ahogarse acabó separando los labios y vomitando todas las piezas. Dos lágrimas asomaban de terror por sus ojos, pero enseguida notó que le volvían a crecer, se miró al espejo atónito, habían cambiado de forma, ahora eran mucho más bonitos; no paraba de sonreír mientras recogía sus viejos dientes que desperdigados lo mantuvieron un rato entretenido. 

Al llegar la noche, justo antes de acostarse contemplaba aquel extraño milagro, preguntándose si todo habría sido un sueño, aquel día, la gente con la que se había ido encontrando le habían correspondido con “Te noto diferente ¿Te has hecho algo?” o con un “Hoy estas más guapo” así como una señora que se encontró en el mercado que a falta de dentadura le dijo “Que dientes más perfectos tienes”. 

Y de nuevo al otro día volvía a mudar sus dientes recibiendo otros mejores si eso era posible, cuando los recogió todos y fue a ponerlos con el resto notó la falta de dos molares, miró bajo su almohada y encontró una moneda de dos euros, el Ratoncito Pérez se los había llevado; mientras desayunaba se acordó de su madre y de lo bien que le hubiesen venido tener muelas en su vejez, o de cuando él era un niño y se colocaba unos colmillos de mentira para parecer Drácula, y a su vez de todas las personas que conocía que carecían de ellos, como por ejemplo la mujer que compraba fruta madura en el mercado añorando cuando en su juventud comía manzanas verdes. 

Sentado en su propia mesa de cocina ojeaba el móvil buscando información sobre cómo fabricar dentaduras postizas, así como de la propia distribución de los dientes cuando percibió que lo observaban, desde la ventanita que daba al patio de vecinos un grupo reducido de ratones lo vigilaban; ante tanto trabajo, Pérez había pedido ayuda a unos conocidos suyos; recogió la cajita que contenía aquel efímero tesoro, y marchó a comprar cera. 

Cuando regresó tras sus quehaceres, se puso a fabricar una dentadura que cavilaba regalar, pero, cuando ya la había terminado, recibió la inquietante visita de aquellos que en su ausencia se habían colado en casa, con un simple asalto en bandada se la quitaron y salieron corriendo por el hueco que había dejado en la puerta para que el gato de una vecina a hurtadillas le visitara. Fastidiado se consolaba con las piezas sueltas que al no agarrar bien se habían caído por el camino, para casos concretos, se dijo justo antes de dormir. 

Vuelta a empezar, y prevenido, recogió todo junto con las llaves de la vecina con la que había quedado en regarle las plantas en su ausencia, allí dedicó el rato que necesitaba antes de buscar a la anciana para que recordara como era aquello de morder bien fuerte. La mujer se sintió enormemente complacida, un regalo de los Reyes Magos por adelantado al que por sí sola ella no podía acceder. 

Una semana más tarde Don dientes siendo reconocido por todos, caminaba feliz hacia la tele, conocido por su gran obra social querían entrevistarlo, para saber más sobre los hechos que le habían cambiado la vida. En pleno clímax de la entrevista cuando la ratio de espectadores era mayor, una llamada telefónica mermó la brillantez del momento, algunos beneficiarios se habían juntado para quejarse ya que la dentadura con los días se deshacía y tras ello desparecían con la consiguiente compensación económica de Pérez, que no les era suficiente para comprar otra nueva, sacudido por aquella noticia, no tardó en planear una nueva estrategía, y allí mismo en el plató les explicó cómo iba a crear un banco de dientes donde los necesitados pasarían a ser beneficiarios de una cuenta, que llegada al valor que requerían para comprar una buena dentadura, dejaría de existir.  


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