El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

martes, 16 de agosto de 2011

FLOR DE LOTO


Paseaba a diario por la repisa que había junto a la ventana con su mirada perpleja en el horizonte, sus ojos rasgados y entristecidos no podían disimular que penaban por una ausencia, Tajomaru ya no se encontraba entre ellos. Un día, Marcelo acompañaba a su madre y a su hermana al colegio, y mientras tanto,  Tajomaru se le resbaló y cayó a la calzada, siendo atropellado por un coche que venía detrás. El niño se echó a llorar, había perdido el ultimo juguete que le había regalado su padre en uno de sus últimos viajes antes de morir.

Cuando llegó a su casa, se dirigió a la sala de juegos, se acercó a la casita de muñecas de su hermana, sentada en una silla, con la mesa puesta había dejado a Masago, se acercó a ella, y la cogió entre sus pequeñitas manos, se la acercó a su pecho y le susurró al oído “He perdido a Tajomaru” mientras se la resbalaban las lagrimas por el rostro.

Desde aquel día Masago no es la misma, porque lo echa de menos. Cuando los niños se iban a dormir o estaban en el colegio, ellos dos paseaban por el cuarto de juegos, y tomaban el té con pastas, con Anthony y Carla en la casita de muñecas. Un día se encontraba la ventana abierta y Masago se asomó, pensó en escapar y buscar a Tajomaru. Se encontraba en el filo de la ventana con su paraguas rojo en las manos, preparada para saltar, pero justo en ese instante se presentó Zoraida que había llegado del colegio y la cogió al vuelo, pero no pudo coger el paraguas porque un soplo de viento se lo había llevado cual último aliento.


Román el soldadito de plomo, observaba perplejo todo lo ocurrido desde su puesto de vigilancia. Llevaba tiempo pendiente de ella, hacía tiempo que la observaba pero no se había atrevido a acercarse a ella. Sabía que Tajomaru era su pareja y el no quería molestar, pero ahora tenía vía libre para conquistarla. Le contó lo que le sucedía con Masago a sus mejores amigos que eran Richard el bombero conductor y Roberto el cowboy de gatillo fácil, y decidieron que ellos también querían conquistarla, Román se enfadó con ellos, y comenzó entre los tres una rivalidad innecesaria por conquistar el desolado corazón de Masago.

Ella seguía con sus largos paseos por la repisa de la ventana esperando que un día volviera Tajomaru, pero los días pasaban y no había respuesta. Marcelo ya jugaba con otros muñecos aunque tampoco olvidaba su ausencia. Richard no paraba de pasearse exhibiéndose frente a Masago con su camión de bomberos, un día desplegó su escalera para acceder hasta ella, y Masago lo ignoró, entonces incendió la cortina de la ventana, para luego rescatarla y extinguir el fuego. Masago se lo agradeció y siguió con sus paseos rutinarios.

Pasados unos días, Roberto el cowboy, había ensillado su caballo y haciendo varias piruetas accedió a la repisa, sacó su látigo y lo lanzó hasta un almendró en flor que estaba cerca de la ventana, cual Tarzán con su diana, se lanzó agarrado al látigo hasta el almendró, cortó unas flores y se las dio a Masago, esta las cogió y cuando las tenía en las manos, empezó a estornudar y a picarle todo el cuerpo, al parecer era alérgica a la almendra y ninguno se había percatado de ello.

Masago lanzó las flores por la ventana, y se fue a buscar a Barbie doctora, para que le recetara algo, y le mandó como principal medicina descansar de tanto paseo, y sosegarse por la ausencia de Tajomaru, y que debía buscar una distracción más amena.

Pasados un par de días Masago se presentó en clases de baile, Barbie danzarina, enseñaba a todo juguete patoso que quisiera aprender unos pasos de baile. Y allí se encontraba Román queriendo aprender salsa para cambiar su monótono paseo de vigilancia,¿ porque no hacer el con el rifle lo que con la vara una majorette? Román se acercó a ella buscando conversación, y para animarla le propuso saltar por la ventana, y dar un largo paseo hasta el colegio de los niños, donde se había perdido Tajomaru, y ella aceptó encantada.

Tras la clase de baile, se lanzaron por la ventana agarrados cada uno a un extremo de una colcha de la casita de muñecas a modo de paracaídas, una vez en el suelo comenzó su paseo, charlaron por el camino contándose todo cuanto creyeron interesante, hasta llegar a la calle anterior al colegio, supuestamente en esta calle se había caído Tajomaru. Buscaron por toda la calle hasta llegar a la puerta del colegio. En el camino de vuelta a casa, a Román le pareció ver una chancla entremetida en un matorral de un parque. Como era igual a la que usaba Tajomaru comenzaron a buscarlo y lo llegaron a encontrar. Ya no tenía chanclas, ni pantalón corto, ahora llevaba traje y corbata, y un maletín azulado. Una niña poco mayor que Marcelo lo tenía entre sus manos y jugaba con el. Lo sentó en el banco donde la niña estaba para ir junto a su madre que la vigilaba desde la fuente. Al lado de Tajomaru se encontraba una muñeca Brazz, y Masago aprovecho que la niña se había ido para acercarse a hablar con él. 
Le preguntó el porque no había vuelto a casa, y él le dijo que ahora tenía mejor trabajo, que había pasado de ser el típico muñeco japonés, a ser un muñeco japonés trajeado, y con una Brazz que coger de la mano. Entonces Masago salió corriendo de aquel lugar, Román la intentaba alcanzar, pero su ropa rígida no le permitía correr más. Desolada  lloraba sentada en el filo de un rodapié, y fue cuando Román la consiguió alcanzar,  intentando calmarla mientras la acompañaba de vuelta a su hogar.

Aquella noche Masago apenas pudo dormir, se sentía sola y traicionada, pero se dio cuenta de que Román el soldadito de plomo la observaba desde su puesto de vigilancia. Y confortada se echo a reír. Jamás había tenido una conversación tan amena con otro muñeco, el era una bella persona, que la hacía sentir segura con su presencia. Y decidió que cada día volvería a repetir paseo en su compañía, pero esta vez en dirección a la fuente de la lejanía, donde crecían flores de loto, por los amores que rondaban la bahía.

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