Hacia
tantos años que no había entrado en casa que necesitó coger aire para dar el
primer paso, introdujo aquella llave orfebre y giró el pomo, todo estaba tal y
como lo recordaba, por un momento le pareció ver a su abuela cruzar hacia la
cocina, cerró los ojos y un olor a biscocho recién orneado la invadió, soltó la
maleta y se dejó llevar, se sabía los pasos de memoria incluso sin mirar, la
encimera estaba tan ordenada como siempre aunque llena de polvo, subió la
persiana, el sol del otoño bañaba de luz su lugar favorito de la casa, buscó la
cafetera y la puso al fuego, no tomaría café, estaba caducado, solo quería
volver a oler el expreso de su abuela, salió de la cocina, subió las escaleras
palpando el pasamanos, en su cuarto unas palomas habían entrado por la ventana
y criado sobre el cesto de la ropa sucia, los pichones llamaban a su madre
asustados, mientras que la buchona observaba desde la rama del árbol, se sentó
un instante sobre su antigua cama, sus muñecas la miraban rebosantes de
alegría, su vieja Olivetti mantenía intacta las pegatinas que un día le puso, y
aquel papel rosa que utilizaba para escribir sus cartas amorosas, que
recuerdos, de sus primeros besos y arrumacos al atardecer, el rubor le ardió
por un momento como si su abuela pudiese adivinar lo que hacía en aquellos
tiempos, rebuscó entre los cajones, sus cosas permanecían tan desordenadas como
las dejó, sacó el último cajón, extendió la mano hacia el trasfondo, cogió su
cuaderno secreto, y puso el cajón en su sitio, cerró la puerta con un suspiro
mientras que los polluelos continuaban piando, entró al cuarto de su abuela, su
cama de nogal, cuantas noches de tormenta durmió junto a ella, abrazadas como
si de esa forma no pudiese acercarse ningún mal, abrió la ventana para que
ventilase, salió a la pequeña terraza, se sentó en su sillita baja y tras
apretar el cuaderno contra su pecho lo lanzó hacía el jardín, sus hojas
aletearon intentando combatir la caída, abriéndose por donde el rotulador
fluorescente señalaba la lista de promesas que le hacía su abuela, y las mismas
que un día se planteó llevar al papel de tantas como eran, llenas de buenas
proposiciones y mentiras piadosas, entre todas ellas una se remarcaba en
negrita “Prometo no dejarte nunca sola, porque mientras tenga un aliento de
vida estaré junto a ti”, su aliento se había marchitado, y en la memoria
solo quedaban las promesas que nunca cumplió, entre ellas, una que la joven se
hizo, “Prometo volver a casa, aunque tú no estés, aunque tu memoria me duela
tanto como una puñalada en el corazón, pero volver será de algún modo como
regresar a tu regazo”.
El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.
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