El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

miércoles, 15 de julio de 2015

EL CUENTO DE LAS PROMESAS



Hacia tantos años que no había entrado en casa que necesitó coger aire para dar el primer paso, introdujo aquella llave orfebre y giró el pomo, todo estaba tal y como lo recordaba, por un momento le pareció ver a su abuela cruzar hacia la cocina, cerró los ojos y un olor a biscocho recién orneado la invadió, soltó la maleta y se dejó llevar, se sabía los pasos de memoria incluso sin mirar, la encimera estaba tan ordenada como siempre aunque llena de polvo, subió la persiana, el sol del otoño bañaba de luz su lugar favorito de la casa, buscó la cafetera y la puso al fuego, no tomaría café, estaba caducado, solo quería volver a oler el expreso de su abuela, salió de la cocina, subió las escaleras palpando el pasamanos, en su cuarto unas palomas habían entrado por la ventana y criado sobre el cesto de la ropa sucia, los pichones llamaban a su madre asustados, mientras que la buchona observaba desde la rama del árbol, se sentó un instante sobre su antigua cama, sus muñecas la miraban rebosantes de alegría, su vieja Olivetti mantenía intacta las pegatinas que un día le puso, y aquel papel rosa que utilizaba para escribir sus cartas amorosas, que recuerdos, de sus primeros besos y arrumacos al atardecer, el rubor le ardió por un momento como si su abuela pudiese adivinar lo que hacía en aquellos tiempos, rebuscó entre los cajones, sus cosas permanecían tan desordenadas como las dejó, sacó el último cajón, extendió la mano hacia el trasfondo, cogió su cuaderno secreto, y puso el cajón en su sitio, cerró la puerta con un suspiro mientras que los polluelos continuaban piando, entró al cuarto de su abuela, su cama de nogal, cuantas noches de tormenta durmió junto a ella, abrazadas como si de esa forma no pudiese acercarse ningún mal, abrió la ventana para que ventilase, salió a la pequeña terraza, se sentó en su sillita baja y tras apretar el cuaderno contra su pecho lo lanzó hacía el jardín, sus hojas aletearon intentando combatir la caída, abriéndose por donde el rotulador fluorescente señalaba la lista de promesas que le hacía su abuela, y las mismas que un día se planteó llevar al papel de tantas como eran, llenas de buenas proposiciones y mentiras piadosas, entre todas ellas una se remarcaba en negrita “Prometo no dejarte nunca sola, porque mientras tenga un aliento de vida estaré junto a ti”, su aliento se había marchitado, y en la memoria solo quedaban las promesas que nunca cumplió, entre ellas, una que la joven se hizo, “Prometo volver a casa, aunque tú no estés, aunque tu memoria me duela tanto como una puñalada en el corazón, pero volver será de algún modo como regresar a tu regazo”.

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