Camila
bajó de un salto del taburete, y corriendo volvió al merendero, cogió sus
pinceles y siguió con la escena de los pájaros comiendo. Había oído mencionar
en los libros caballerescos que los príncipes iban a palacio a conocer a sus
princesas, que se enamoraban a primera vista y que eran felices para siempre.
Su imaginación no la dejaba concentrarse y los gorriones no se estaba quietos.
La nana vino a buscarla, y la ayudó a recoger el desbarajuste que formaba con
sus instrumentos cada vez que pintaba.
Una
vez en su cuarto, escogió el vestido nuevo, ese que sus padres le obligaban a
tener sin estrenar por si venía alguien importante a quien impresionar. Como
hacía tiempo que se lo regalaron y nunca se lo había puesto le quedaba corto y
estrecho. La nana que con los años tuvo que aprender a remendar vestidos pero
esta vez no tenía tiempo para eso, tuvo que buscar una idea para salir del
paso. Cortó un trozo de tela de otro vestido más viejo, le remendó los filos y
le cosió un lazo, luego como si de una capa se tratase se la echó por los
hombros.
Una
de las criadas llegó para avisar de que la estaban esperando en la sala. Camila
se había soltado el pelo, con el tiempo se lo había dejado largo, los rizos le
rodeaban su cara rechoncha, se dio un par de pellizcos para dar color a sus
mejillas, respiró hondo, y caminó lo mas estirada posible. Los tres permanecían
sentados en la misma posición anterior, él se impresionó al verla, se sonrío y
le hizo una reverencia.–Este es tu primo Hernán que viene a vivir con
nosotros- Dijo el Rey. Ella ni parpadeó, se rodeo sin mediar palabra y
salió corriendo pisándose la capa y rompiéndose el vestido. Encerrada en su
cuarto permaneció llorando hasta que se quedó dormida. La nana no pudo abrir la
puerta, estaba cerrada con llave, y decidió dejarla tranquila para volver más
tarde.
Cuando
la nana entró en el cuarto Camila estaba sentada en el escritorio, escribía una
carta a su abuelo, quería ir a verlo. No soportaba un día mas de cautiverio,
demasiados años había consentido aquello. Ella sabía que sus padres no habían
traído a su primo de casualidad, que todo era parte del plan que tramaron entre
ellos tiempo atrás. Pedía ayuda, que viniesen a buscarla, que no le importaba
ser Reina que ella solo quería ser libre, y dejar de sentirse humillada y fea.
Pasaron
los días y no había recibido respuesta alguna, la nana fue la encargada de
poner la carta con el correo oficial. Los criados limpiaban de forma exhaustiva
y adornaban el palacio con flores y cintas, las alfombras reales habían sido
extendidas, todo indicaba que pronto habría una fiesta. La princesa, mientras
esperaba siguió con su quehaceres habituales, sus padres paseaban y charlaban
con el usurpador, y él alardeaba como si todo aquello fuese de su
propiedad.
Como
de costumbre fue avisada para que permaneciera encerrada toda la noche, ordenó
que le sirviesen la cena en su cuarto. Ella no lo discutió, desde que le
presentaron a su primo terminó de dirigirles la palabra. Pero ella pidió que no
le subiesen la comida, no iba a cenar. La nana ya la esperaba para ayudarla a
ponerse el vestido que le había estado confeccionando a escondidas, era tan
amarillo como el sol, sin grandes abalorios, sencillo, con caída y de cola. Se
recogió el pelo en un moño, dejándose algunos mechones sueltos. Abrió el cajón
de la mesilla donde había guardado la corona de su abuela, la que usó ella
antes de casarse.
Cuando
todos ya habían llegado a la fiesta, a la presentación de su primo Hernán, bajó
ella por las escaleras. Todos la miraban atónitos, preguntándose quién era.
Antes de que llegase al último escalón la madre se acercó a ella para ordenarle
que subiese y se encerrase en su cuarto. -¿Quién es esta niña tan mona?-
Preguntó uno de los presentes con ironía. – Ni tan niña, ni tan mona o no me
tendrían recluida- contestó Camila enfurecida. –Yo soy la princesa de
Faro Luna, hija de los Reyes y esté mi primo, solo, un usurpador-
prosiguió.
El
padre la agarró del brazo y la subió casi a rastras hasta su cuarto, su madre
mientras tanto disculpándose con los invitados dijo –Es débil y enfermiza,
no lo tengan en cuenta, los médicos afirman que no está bien de la cabeza. Voy
a ver que todo está en orden, bailen y diviértanse, que continúe la fiesta.-. Cuando
subió, padre e hija discutían, ella se unió a los reproches y la nana apareció
para defenderla de las acusaciones, y del castigo que querían inculcarle. La
madre preguntó si ella había cosido ese vestido, y por tanto al haberla ayudado
a desobedecer las órdenes fue despedida esa misma noche.
Luego
bajaron a la fiesta como si nada y se integraron en el grupo de baile. Los
invitados cuchicheaban, muchos de ellos eran amigos desde siempre y nunca la
habían conocido, ni tan siquiera sabían de su presencia. Los habitantes de Faro
Luna esperaron durante años a que los Reyes trajesen hijos, luego fueron
informados de que el sucesor sería su sobrino y convencidos de aquello todos
habían vivido.
A la
mañana siguiente los pregoneros informaban del ocultamiento de una hija, y todo
el pueblo se puso de acuerdo para ir a la puerta del castillo a pedir
explicaciones por el funesto engaño y a que fuera presentada a todos
debidamente. Mientras la gente se iba agolpando al otro lado del estanque, en
el interior todo era tragedia, Camila lloraba y lloraba porque la nana había
sido despedida y hacia las maletas
después de haberla cuidado como una buena madre. –A pesar de todo merece la
pena, así saben de tu existencia, ahora todo cambiará para ti- dijo
abrazándose a la princesa.
El Rey
mandó un mensaje a través de uno de sus sirvientes –Tranquilizaos, que
vuestro Rey no os a fallado jamás, mi hija es enfermiza y por eso no puede
reinar, como venía establecido mi sobrino Hernán hijo de mi hermana Florencia
será el próximo Rey de Faro Luna.- leyó con las determinantes palabras
escritas de su puño y letra. Los habitantes se dispersaron y volvieron a sus
obligaciones rutinarias conformados al mensaje escuchado.
A la
tarde cuando todo estaba tranquilo descendieron el puente para que pudiera
salir el carruaje donde marchaba la nana. Camila sentada en el mirador veía con
lagrimas en los ojos como su compañera de juegos, su comprensiva guardiana de
sueños se iba por un camino polvoriento y ondeando su mano se despedían con
triste melancolía. Permaneció allí sentada hasta que oscureció mirando el
horizonte por donde se había disipado el carruaje.
Su
profesora subió a buscarla, era la hora de cenar, sus padres y su primo la
esperaban en la salón, pero ella se negó a cenar con ellos, y pidió que desde
ese momento le subiesen a su cuarto la comida. Abrió una de las ventanas de par
en par y acercó la mesita que tenía entre ambas, y mientras miraba la luna
llena reflejándose en el mar casi sin apetito cenó desconsolada. Las últimas
palabras de la nana le vinieron toda la noche a la mente – Se fuerte y lucha
por lo que te pertenece-
Se
levantó tarde, una de las criadas llamó a su puerta varias veces con el
desayuno pero no le abrió, ni a ella ni a su profesora, no tenía ganas de ver a
nadie. Entre sueños escuchó un canto diferente, un pájaro posado en su ventana,
abrió los ojos, el sol inundaba la estancia, y un precioso ruiseñor cantaba al
filo de la reja. Se levantó, se acercó a el y extendiendo su mano se posó en
ella para luego batir sus alas y ondear su vuelo, marchándose con su cante a
otro lado.
Por
debajo de la puerta le habían pasado un sobre, se aproximó, era la carta que
esperaba de sus abuelos. Entre sus palabras -Lo sentimos, pero no podemos
ayudarte, somos mayores para hacernos cargo de ti, permanece en palacio que es
donde debes de estar, aunque no llegues a ser Reina, nunca te ha de faltar
nada. Procura encontrar un marido y tener hijos, se feliz pequeña.- Otros
que se habían rendido a las ordenes, todos estaban en su contra.
Se
vistió y pidió que le sirviesen el desayuno en el merendero, observaba el
camino igual que la noche anterior. De momento no podía perdonarles lo que le
habían hecho. Elena llegó para darle conversación un rato y para que se
decidiese a volver a las clases, el piano de cola la estaba esperando, y Luna
relinchaba desde la cuadra, quería salir a pasear por los jardines de palacio.
Se
puso el traje de montar, prefirió estar con su yegua antes que en el salón en
presencia de su madre, donde ahora permanecía el piano. Rodeaban como de
costumbre una y otra vez el mismo lugar, Camila le pidió a Elena salir de
palacio a ver otros paisajes, pero le dijo que de incumplir las ordenes la
despedirían a ella también. Le propuso para cambiar la rutina poner algunas
vallas de poca altura para intentar saltarlas.
Pasado
un mes, el pajarillo cantor volvió a su ventana para despertarla. Se levantó de
un salto y se acercó a él, cantaba con alegría como si la vida se le fuera en
ello mientras movía su cabecita con un vaivén muy gracioso. Pensó en buscar una
red y cazarlo, meterlo en una jaula y que cantase para ella todos los días,
pero no sería justo para él, porque se sentiría como ella.
Sus
padres volvían a dar una gran fiesta, el Rey celebraría su medio siglo. Todo el
castillo florecía, los sirvientes no paraban de un lado para otro y ella seguía
sin existir. Pintaba en el faro, había decidido cambiar de escenario, su madre
llegó para avisarle de que no estaba invitada a la fiesta, que si preguntaban
por ella dirían que seguía enferma. Camila no mentó palabra alguna.
La
cena la tomo en su cuarto, y desde la ventana observaba como los invitados iban
llegando. Todos engalanados de pies a cabeza, ellos con traje y ellas con
vestidos ostentosos que sin falta de complementos ni de joyas, brillaban en la
oscuridad. Ella se sentía fuera de lugar, como un espectador de teatro al que
no le permiten aplaudir al terminar la obra. Se introdujo por el pasadizo hasta
llegar a la rejilla del salón, allí sus padres junto a su primo recibían a los
presentes. Entró en la habitación de sus padres, abrió el armario, y la
puertecilla que daba al cofre donde guardaban el dinero y las joyas. Luego
volvió a su cuarto, soltó el dinero que había cogido y las joyas que su abuela
le había regalado y que no le dieron jamás. Regresó al pasadizo, y salió a la
zona de la servidumbre, frente a los dormitorios, y a los lavaderos, allí
tendían la ropa, cogió el pantalón, la camisa y el jersey de uno de los hijos
de la cocinera, y un sombrero de paja que colgaba de un clavo.
Ya
en su cuarto, se vistió con los ropajes incautados, se cortó un poco el pelo
con unas tijeras, y se recogió el sobrante en una cola para ponerse el sombrero.
No había encontrado calzado a su medida pero se puso las botas de montar. En
una bolsa de tela, guardó sus pertenencias más preciadas y salió hacia las
caballerizas. Se montó en su corcel y salió de palacio, en el puente un criado
la detuvo, y ella sin que le viesen la cara le mostró una carta con el sello
del Rey comentándole que era de entrega urgente.
A
galope marcho por el único camino, el mismo que daba a cualquier lugar fuera de
los muros, fríos e injustos donde siempre había vivido. Se detuvo y miró hacia
atrás, nada había cambiado, nadie la seguía, y sonriente continuó. La noche
estaba clara, la luna desde lo más alto de cielo la acompañaba. No tenía miedo,
todo lo contrario, por fin podría ver más allá, cambiar de paisajes, de gente, despedirse del encierro.
Estaba
cansada, llevaba horas montando, tenía sueño, y decidió dormir a los pies de un
árbol, ató la yegua a la rama de un almendro, encendió un fuego como lo había
observado de los pescadores y durmió hasta que salió el sol, entonces continuó
su andadura. No muy lejos encontró el pueblo, sus gentes trabajaban incluidos los
niños grandes, los pequeños los que aun no se valían por si solos sentados
mirando de un lado para otro la gente pasar mientras que sus madres ofertaban
comida en el mercado.
Se
acercó a una taberna, y entró a desayunar, algunos la miraban con curiosidad, se
sentó en una mesa y la camarera se acercó, antes de servirle la leche y pastel
que pidió le preguntó si tenía dinero para pagarlo. Le enseñó una moneda, y
mientras comía, un hombre de los que tomaban vino se le acercó para saber de dónde
había sacado el dinero, Camila se limitó a comer y se marcho sin contestar, el
hombre la siguió hasta la puerta, ella desató a la yegua y la montó, dejando al
borrachín con la palabra en la boca.
Por
un momento temió que la descubriesen y le entraron las dudas, para entonces en
palacio ya la estarían buscando y no le quedaba más remedio que continuar su
marcha, ya en las afueras, en el camino, se paró un momento para mirar atrás, a
lo lejos podía ver el mar, y una de las torres del castillo. Allí había dejado
encerrada su vida acomodada, ahora no sabía cuál sería su destino, pero aún así
continuó por el camino, ya no había casas, ni gente, solo campo, arboles,
piedras y mas arboles.
De
nuevo llegó la noche y durmió debajo de un árbol después de encender fuego,
esta vez no se le había olvidado comprar comida, por momentos echaba de menos
los guisos de la cocinera, y esa cama de lana tan mullida. No podía conciliar
el sueño, en el bosque había ruidos de todas partes, estaba asustada, sabía por
los libros que en ellos habitaban
lobos,
serpientes, pajarracos, insectos , reptiles, y tenía miedo, al final se quedó
dormida con un cuchillo en la mano.
Cuando
llegaba el día , la tierra temblaba, no sabía qué hacer, se quedó parada,
inmóvil, esperando que pasara, pero vio que entre unos matorrales lejanos unos
pies enormes se acercaban, se montó y cabalgando a Luna se introdujo aún más en
el bosque, no sabía qué hacer todo le parecía igual, arboles y mas arboles. Continuó
por un pequeño camino peñascoso, hasta que encontró una pequeña cascada que
brotaba entre una rocas, se acercó a beber, el agua limpia y fresca le costó ser atrapada en una
red.
El
cuchillo lo tenía en la mochila que colgaba de la yegua, y por muchos tirones
que diera no conseguía salir de la trampa. Al poco rato la tierra comenzó a
temblar y apareció un hombre enorme, los arboles eran pequeños al lado de él,
nunca pensó que existiesen, entre tantas fabulas y cuentos que iba a pensar
ella que los gigantes vivían no tan lejos. Gritó, pataleó pero de ninguna
manera pudo soltarse de la mano que la apresaba. Su corcel asustado salió
corriendo.
La
llevó a su casa y más tarde apareció con la barba afeitada, el pelo greñudo
limpio y vestido con mejor ropa, en su mano traía una jaula, la metió dentro, y
la llevó por la calle exhibiéndola, diciendo que había cazado uno de ellos. La
llevó al castillo del Rey Constancio, y se la mostró para recibir el premio que
entregaban al que llevase un duende. El
gigante marchaba a casa contento con el botín en la mano después de dejar a
Camila.
-Majestad, yo no soy ningún duende, simplemente soy de tamaño
diminuto, mire mis orejas, no acaban en punta, soy la princesa de Faro Luna- dijo ella. El Rey comenzó a reírse – ¿Que se le ha perdido a la
princesa tan lejos de palacio y con esas fachas?- Preguntó. – Escapé, me
tenían encerrada, hace poco que los habitantes de Faro Luna han sabido de mi
existencia y mis padres no me quieren, al parecer por mi tamaño y el culpable
es un hechizo. El sucesor de la corona será mi primo y yo me tendré que limitar
a permanecer de arrimada toda mi vida sin tener opinión alguna. Pedí ayuda a
mis abuelos pero se han puesto de parte de ellos, y busco un lugar donde ser
feliz.- respondió con tristeza. – Que pequeño es el mundo, y pensar que
yo soy el culpable de tu desdicha, mi hijo el menor, se le escapó a la criada
encargada de cuidarlo y llegó hasta el pueblo, los campesinos lo apresaron y lo
llevaron ante tu padre, no tuvieron piedad y lo mataron. Solo tenía cinco años,
era inofensivo, el sabía que no podía ir lejos y que existía otras gentes a las
que no podía acercarse, pero no hizo caso. – Mientras contaba la historia
sus ojos se llenaron de lagrimas.
-Lo siento por usted, pero ¿Qué culpa tenía yo que ni siquiera
había nacido?- preguntó
conmovida. – Era una forma de vengarme, mandé llamar al mago del bosque, que
envió una paloma con un mensaje, tu madre la recibió por su ventana, el texto
decía : No serás feliz con tu hija y nunca tendrás mejores que aquella que
llevas en el vientre. La pluma con la que había sido escrito contenía la
pócima. Más tarde cuando naciste supe por el mago que había dado resultado y
procuré olvidar lo sucedido. El color de tu pelo es el mismo que tenía mi hijo.
No tengo nada en contra tuya, tú has sido otra víctima, te dejaré marchar si es
lo que deseas. – contestó. – Mi caballo a escapado y no tengo dinero, no
sé qué hacer. Lo único que tengo claro es que no quiero volver.- contestó
Camila. -Los aposentos son demasiado grandes para ti, pero mi hija aún
guarda su casa de muñecas, te puedes quedar allí hasta que quieras.-
Comentó. – Muchas gracias, quisiera descansar si fuese posible- Dijo
Camila levantándose del dedo índice del Rey.
A la
mañana siguiente Camila despertó temprano, la cama de madera le había sido mas
incomoda que el suelo del campo. Emilia la hija del Rey la observaba, buscó en
un baúl de la misma casita, donde guardaba vestidos de sus muñecas y se los
ofreció para que cambiase su vestimenta, luego la llevó a desayunar. - ¿Quieres
que envíe un criado a buscar al mago del bosque para que deshaga el hechizo?- preguntó
el Rey. – Voy a cumplir dieciséis años, y siempre he sido bajita, ya me
acostumbre a ver las cosas desde esta posición y yo no tengo porque cambiar.
Son mis padres los que viven acomplejados, no yo.- Contestó- ¿Has pensado ya, que quieres hacer con tu
vida?- preguntó el Rey – Tengo claro que al castillo no quiero volver,
al menos de momento. Sé, que quiero ser independiente, que tendré que ganarme
la vida. No sé hacer gran cosa, durante todos estos años me he limitado a
pintar, a montar a caballo, a tocar el piano, a leer toda clase de libro y a
escribir. ¿Qué ahogo con mis aptitudes artísticas? – dijo Camila. – Aquí
tenemos un pequeño colegio, los niños apenas saben leer y escribir, la
profesora es muy anciana y enferma a menudo, ¿Quieres enseñarles tu? Podrás
seguir pintando en los ratos libres, y a mí me vendría muy bien un nuevo retrato,
uno que tenga otra perspectiva.- Sugirió el Rey. – Superáis sin duda mis
expectativas, encantada de trabajar para usted. Contestó Camila al Rey.
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