El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

martes, 30 de junio de 2015

CAMILA, LA PEQUEÑA PRINCESA (2ª Parte)



Camila bajó de un salto del taburete, y corriendo volvió al merendero, cogió sus pinceles y siguió con la escena de los pájaros comiendo. Había oído mencionar en los libros caballerescos que los príncipes iban a palacio a conocer a sus princesas, que se enamoraban a primera vista y que eran felices para siempre. Su imaginación no la dejaba concentrarse y los gorriones no se estaba quietos. La nana vino a buscarla, y la ayudó a recoger el desbarajuste que formaba con sus instrumentos cada vez que pintaba.

Una vez en su cuarto, escogió el vestido nuevo, ese que sus padres le obligaban a tener sin estrenar por si venía alguien importante a quien impresionar. Como hacía tiempo que se lo regalaron y nunca se lo había puesto le quedaba corto y estrecho. La nana que con los años tuvo que aprender a remendar vestidos pero esta vez no tenía tiempo para eso, tuvo que buscar una idea para salir del paso. Cortó un trozo de tela de otro vestido más viejo, le remendó los filos y le cosió un lazo, luego como si de una capa se tratase se la echó por los hombros.

Una de las criadas llegó para avisar de que la estaban esperando en la sala. Camila se había soltado el pelo, con el tiempo se lo había dejado largo, los rizos le rodeaban su cara rechoncha, se dio un par de pellizcos para dar color a sus mejillas, respiró hondo, y caminó lo mas estirada posible. Los tres permanecían sentados en la misma posición anterior, él se impresionó al verla, se sonrío y le hizo una reverencia.–Este es tu primo Hernán que viene a vivir con nosotros- Dijo el Rey. Ella ni parpadeó, se rodeo sin mediar palabra y salió corriendo pisándose la capa y rompiéndose el vestido. Encerrada en su cuarto permaneció llorando hasta que se quedó dormida. La nana no pudo abrir la puerta, estaba cerrada con llave, y decidió dejarla tranquila para volver más tarde.

Cuando la nana entró en el cuarto Camila estaba sentada en el escritorio, escribía una carta a su abuelo, quería ir a verlo. No soportaba un día mas de cautiverio, demasiados años había consentido aquello. Ella sabía que sus padres no habían traído a su primo de casualidad, que todo era parte del plan que tramaron entre ellos tiempo atrás. Pedía ayuda, que viniesen a buscarla, que no le importaba ser Reina que ella solo quería ser libre, y dejar de sentirse humillada y fea.

Pasaron los días y no había recibido respuesta alguna, la nana fue la encargada de poner la carta con el correo oficial. Los criados limpiaban de forma exhaustiva y adornaban el palacio con flores y cintas, las alfombras reales habían sido extendidas, todo indicaba que pronto habría una fiesta. La princesa, mientras esperaba siguió con su quehaceres habituales, sus padres paseaban y charlaban con el usurpador, y él alardeaba como si todo aquello fuese de su propiedad. 

Como de costumbre fue avisada para que permaneciera encerrada toda la noche, ordenó que le sirviesen la cena en su cuarto. Ella no lo discutió, desde que le presentaron a su primo terminó de dirigirles la palabra. Pero ella pidió que no le subiesen la comida, no iba a cenar. La nana ya la esperaba para ayudarla a ponerse el vestido que le había estado confeccionando a escondidas, era tan amarillo como el sol, sin grandes abalorios, sencillo, con caída y de cola. Se recogió el pelo en un moño, dejándose algunos mechones sueltos. Abrió el cajón de la mesilla donde había guardado la corona de su abuela, la que usó ella antes de casarse.

Cuando todos ya habían llegado a la fiesta, a la presentación de su primo Hernán, bajó ella por las escaleras. Todos la miraban atónitos, preguntándose quién era. Antes de que llegase al último escalón la madre se acercó a ella para ordenarle que subiese y se encerrase en su cuarto. -¿Quién es esta niña tan mona?- Preguntó uno de los presentes con ironía. – Ni tan niña, ni tan mona o no me tendrían recluida- contestó Camila enfurecida. –Yo soy la princesa de Faro Luna, hija de los Reyes y esté mi primo, solo, un usurpador- prosiguió.

El padre la agarró del brazo y la subió casi a rastras hasta su cuarto, su madre mientras tanto disculpándose con los invitados dijo –Es débil y enfermiza, no lo tengan en cuenta, los médicos afirman que no está bien de la cabeza. Voy a ver que todo está en orden, bailen y diviértanse, que continúe la fiesta.-. Cuando subió, padre e hija discutían, ella se unió a los reproches y la nana apareció para defenderla de las acusaciones, y del castigo que querían inculcarle. La madre preguntó si ella había cosido ese vestido, y por tanto al haberla ayudado a desobedecer las órdenes fue despedida esa misma noche.

Luego bajaron a la fiesta como si nada y se integraron en el grupo de baile. Los invitados cuchicheaban, muchos de ellos eran amigos desde siempre y nunca la habían conocido, ni tan siquiera sabían de su presencia. Los habitantes de Faro Luna esperaron durante años a que los Reyes trajesen hijos, luego fueron informados de que el sucesor sería su sobrino y convencidos de aquello todos habían vivido.

A la mañana siguiente los pregoneros informaban del ocultamiento de una hija, y todo el pueblo se puso de acuerdo para ir a la puerta del castillo a pedir explicaciones por el funesto engaño y a que fuera presentada a todos debidamente. Mientras la gente se iba agolpando al otro lado del estanque, en el interior todo era tragedia, Camila lloraba y lloraba porque la nana había sido despedida y  hacia las maletas después de haberla cuidado como una buena madre. –A pesar de todo merece la pena, así saben de tu existencia, ahora todo cambiará para ti- dijo abrazándose a la princesa.

El Rey mandó un mensaje a través de uno de sus sirvientes –Tranquilizaos, que vuestro Rey no os a fallado jamás, mi hija es enfermiza y por eso no puede reinar, como venía establecido mi sobrino Hernán hijo de mi hermana Florencia será el próximo Rey de Faro Luna.- leyó con las determinantes palabras escritas de su puño y letra. Los habitantes se dispersaron y volvieron a sus obligaciones rutinarias conformados al mensaje escuchado.

A la tarde cuando todo estaba tranquilo descendieron el puente para que pudiera salir el carruaje donde marchaba la nana. Camila sentada en el mirador veía con lagrimas en los ojos como su compañera de juegos, su comprensiva guardiana de sueños se iba por un camino polvoriento y ondeando su mano se despedían con triste melancolía. Permaneció allí sentada hasta que oscureció mirando el horizonte por donde se había disipado el carruaje.

Su profesora subió a buscarla, era la hora de cenar, sus padres y su primo la esperaban en la salón, pero ella se negó a cenar con ellos, y pidió que desde ese momento le subiesen a su cuarto la comida. Abrió una de las ventanas de par en par y acercó la mesita que tenía entre ambas, y mientras miraba la luna llena reflejándose en el mar casi sin apetito cenó desconsolada. Las últimas palabras de la nana le vinieron toda la noche a la mente – Se fuerte y lucha por lo que te pertenece-  

Se levantó tarde, una de las criadas llamó a su puerta varias veces con el desayuno pero no le abrió, ni a ella ni a su profesora, no tenía ganas de ver a nadie. Entre sueños escuchó un canto diferente, un pájaro posado en su ventana, abrió los ojos, el sol inundaba la estancia, y un precioso ruiseñor cantaba al filo de la reja. Se levantó, se acercó a el y extendiendo su mano se posó en ella para luego batir sus alas y ondear su vuelo, marchándose con su cante a otro lado.

Por debajo de la puerta le habían pasado un sobre, se aproximó, era la carta que esperaba de sus abuelos. Entre sus palabras -Lo sentimos, pero no podemos ayudarte, somos mayores para hacernos cargo de ti, permanece en palacio que es donde debes de estar, aunque no llegues a ser Reina, nunca te ha de faltar nada. Procura encontrar un marido y tener hijos, se feliz pequeña.- Otros que se habían rendido a las ordenes, todos estaban en su contra.

Se vistió y pidió que le sirviesen el desayuno en el merendero, observaba el camino igual que la noche anterior. De momento no podía perdonarles lo que le habían hecho. Elena llegó para darle conversación un rato y para que se decidiese a volver a las clases, el piano de cola la estaba esperando, y Luna relinchaba desde la cuadra, quería salir a pasear por los jardines de palacio.

Se puso el traje de montar, prefirió estar con su yegua antes que en el salón en presencia de su madre, donde ahora permanecía el piano. Rodeaban como de costumbre una y otra vez el mismo lugar, Camila le pidió a Elena salir de palacio a ver otros paisajes, pero le dijo que de incumplir las ordenes la despedirían a ella también. Le propuso para cambiar la rutina poner algunas vallas de poca altura para intentar saltarlas.

Pasado un mes, el pajarillo cantor volvió a su ventana para despertarla. Se levantó de un salto y se acercó a él, cantaba con alegría como si la vida se le fuera en ello mientras movía su cabecita con un vaivén muy gracioso. Pensó en buscar una red y cazarlo, meterlo en una jaula y que cantase para ella todos los días, pero no sería justo para él, porque se sentiría como ella.

Sus padres volvían a dar una gran fiesta, el Rey celebraría su medio siglo. Todo el castillo florecía, los sirvientes no paraban de un lado para otro y ella seguía sin existir. Pintaba en el faro, había decidido cambiar de escenario, su madre llegó para avisarle de que no estaba invitada a la fiesta, que si preguntaban por ella dirían que seguía enferma. Camila no mentó palabra alguna.

La cena la tomo en su cuarto, y desde la ventana observaba como los invitados iban llegando. Todos engalanados de pies a cabeza, ellos con traje y ellas con vestidos ostentosos que sin falta de complementos ni de joyas, brillaban en la oscuridad. Ella se sentía fuera de lugar, como un espectador de teatro al que no le permiten aplaudir al terminar la obra. Se introdujo por el pasadizo hasta llegar a la rejilla del salón, allí sus padres junto a su primo recibían a los presentes. Entró en la habitación de sus padres, abrió el armario, y la puertecilla que daba al cofre donde guardaban el dinero y las joyas. Luego volvió a su cuarto, soltó el dinero que había cogido y las joyas que su abuela le había regalado y que no le dieron jamás. Regresó al pasadizo, y salió a la zona de la servidumbre, frente a los dormitorios, y a los lavaderos, allí tendían la ropa, cogió el pantalón, la camisa y el jersey de uno de los hijos de la cocinera, y un sombrero de paja que colgaba de un clavo.

Ya en su cuarto, se vistió con los ropajes incautados, se cortó un poco el pelo con unas tijeras, y se recogió el sobrante en una cola para ponerse el sombrero. No había encontrado calzado a su medida pero se puso las botas de montar. En una bolsa de tela, guardó sus pertenencias más preciadas y salió hacia las caballerizas. Se montó en su corcel y salió de palacio, en el puente un criado la detuvo, y ella sin que le viesen la cara le mostró una carta con el sello del Rey comentándole que era de entrega urgente.

A galope marcho por el único camino, el mismo que daba a cualquier lugar fuera de los muros, fríos e injustos donde siempre había vivido. Se detuvo y miró hacia atrás, nada había cambiado, nadie la seguía, y sonriente continuó. La noche estaba clara, la luna desde lo más alto de cielo la acompañaba. No tenía miedo, todo lo contrario, por fin podría ver más allá, cambiar de  paisajes, de gente,  despedirse del encierro.

Estaba cansada, llevaba horas montando, tenía sueño, y decidió dormir a los pies de un árbol, ató la yegua a la rama de un almendro, encendió un fuego como lo había observado de los pescadores y durmió hasta que salió el sol, entonces continuó su andadura. No muy lejos encontró el pueblo, sus gentes trabajaban incluidos los niños grandes, los pequeños los que aun no se valían por si solos sentados mirando de un lado para otro la gente pasar mientras que sus madres ofertaban comida en el mercado.

Se acercó a una taberna, y entró a desayunar, algunos la miraban con curiosidad, se sentó en una mesa y la camarera se acercó, antes de servirle la leche y pastel que pidió le preguntó si tenía dinero para pagarlo. Le enseñó una moneda, y mientras comía, un hombre de los que tomaban vino se le acercó para saber de dónde había sacado el dinero, Camila se limitó a comer y se marcho sin contestar, el hombre la siguió hasta la puerta, ella desató a la yegua y la montó, dejando al borrachín con la palabra en la boca.

Por un momento temió que la descubriesen y le entraron las dudas, para entonces en palacio ya la estarían buscando y no le quedaba más remedio que continuar su marcha, ya en las afueras, en el camino, se paró un momento para mirar atrás, a lo lejos podía ver el mar, y una de las torres del castillo. Allí había dejado encerrada su vida acomodada, ahora no sabía cuál sería su destino, pero aún así continuó por el camino, ya no había casas, ni gente, solo campo, arboles, piedras y mas arboles.

De nuevo llegó la noche y durmió debajo de un árbol después de encender fuego, esta vez no se le había olvidado comprar comida, por momentos echaba de menos los guisos de la cocinera, y esa cama de lana tan mullida. No podía conciliar el sueño, en el bosque había ruidos de todas partes, estaba asustada, sabía por los libros que en ellos habitaban
lobos, serpientes, pajarracos, insectos , reptiles, y tenía miedo, al final se quedó dormida con un cuchillo en la mano.

Cuando llegaba el día , la tierra temblaba, no sabía qué hacer, se quedó parada, inmóvil, esperando que pasara, pero vio que entre unos matorrales lejanos unos pies enormes se acercaban, se montó y cabalgando a Luna se introdujo aún más en el bosque, no sabía qué hacer todo le parecía igual, arboles y mas arboles. Continuó por un pequeño camino peñascoso, hasta que encontró una pequeña cascada que brotaba entre una rocas, se acercó a beber, el agua  limpia y fresca le costó ser atrapada en una red.

El cuchillo lo tenía en la mochila que colgaba de la yegua, y por muchos tirones que diera no conseguía salir de la trampa. Al poco rato la tierra comenzó a temblar y apareció un hombre enorme, los arboles eran pequeños al lado de él, nunca pensó que existiesen, entre tantas fabulas y cuentos que iba a pensar ella que los gigantes vivían no tan lejos. Gritó, pataleó pero de ninguna manera pudo soltarse de la mano que la apresaba. Su corcel asustado salió corriendo.

La llevó a su casa y más tarde apareció con la barba afeitada, el pelo greñudo limpio y vestido con mejor ropa, en su mano traía una jaula, la metió dentro, y la llevó por la calle exhibiéndola, diciendo que había cazado uno de ellos. La llevó al castillo del Rey Constancio, y se la mostró para recibir el premio que entregaban al que llevase un duende.  El gigante marchaba a casa contento con el botín en la mano después de dejar a Camila.

-Majestad, yo no soy ningún duende, simplemente soy de tamaño diminuto, mire mis orejas, no acaban en punta, soy la princesa de Faro Luna- dijo ella. El Rey comenzó a reírse – ¿Que se le ha perdido a la princesa tan lejos de palacio y con esas fachas?- Preguntó. – Escapé, me tenían encerrada, hace poco que los habitantes de Faro Luna han sabido de mi existencia y mis padres no me quieren, al parecer por mi tamaño y el culpable es un hechizo. El sucesor de la corona será mi primo y yo me tendré que limitar a permanecer de arrimada toda mi vida sin tener opinión alguna. Pedí ayuda a mis abuelos pero se han puesto de parte de ellos, y busco un lugar donde ser feliz.- respondió con tristeza. – Que pequeño es el mundo, y pensar que yo soy el culpable de tu desdicha, mi hijo el menor, se le escapó a la criada encargada de cuidarlo y llegó hasta el pueblo, los campesinos lo apresaron y lo llevaron ante tu padre, no tuvieron piedad y lo mataron. Solo tenía cinco años, era inofensivo, el sabía que no podía ir lejos y que existía otras gentes a las que no podía acercarse, pero no hizo caso. – Mientras contaba la historia sus ojos se llenaron de lagrimas.

-Lo siento por usted, pero ¿Qué culpa tenía yo que ni siquiera había nacido?- preguntó conmovida. – Era una forma de vengarme, mandé llamar al mago del bosque, que envió una paloma con un mensaje, tu madre la recibió por su ventana, el texto decía : No serás feliz con tu hija y nunca tendrás mejores que aquella que llevas en el vientre. La pluma con la que había sido escrito contenía la pócima. Más tarde cuando naciste supe por el mago que había dado resultado y procuré olvidar lo sucedido. El color de tu pelo es el mismo que tenía mi hijo. No tengo nada en contra tuya, tú has sido otra víctima, te dejaré marchar si es lo que deseas. – contestó. – Mi caballo a escapado y no tengo dinero, no sé qué hacer. Lo único que tengo claro es que no quiero volver.- contestó Camila. -Los aposentos son demasiado grandes para ti, pero mi hija aún guarda su casa de muñecas, te puedes quedar allí hasta que quieras.- Comentó. – Muchas gracias, quisiera descansar si fuese posible- Dijo Camila levantándose del dedo índice del Rey.

A la mañana siguiente Camila despertó temprano, la cama de madera le había sido mas incomoda que el suelo del campo. Emilia la hija del Rey la observaba, buscó en un baúl de la misma casita, donde guardaba vestidos de sus muñecas y se los ofreció para que cambiase su vestimenta, luego la llevó a desayunar. - ¿Quieres que envíe un criado a buscar al mago del bosque para que deshaga el hechizo?- preguntó el Rey. – Voy a cumplir dieciséis años, y siempre he sido bajita, ya me acostumbre a ver las cosas desde esta posición y yo no tengo porque cambiar. Son mis padres los que viven acomplejados, no yo.- Contestó-  ¿Has pensado ya, que quieres hacer con tu vida?- preguntó el Rey – Tengo claro que al castillo no quiero volver, al menos de momento. Sé, que quiero ser independiente, que tendré que ganarme la vida. No sé hacer gran cosa, durante todos estos años me he limitado a pintar, a montar a caballo, a tocar el piano, a leer toda clase de libro y a escribir. ¿Qué ahogo con mis aptitudes artísticas? – dijo Camila. – Aquí tenemos un pequeño colegio, los niños apenas saben leer y escribir, la profesora es muy anciana y enferma a menudo, ¿Quieres enseñarles tu? Podrás seguir pintando en los ratos libres, y a mí me vendría muy bien un nuevo retrato, uno que tenga otra perspectiva.- Sugirió el Rey. – Superáis sin duda mis expectativas, encantada de trabajar para usted.  Contestó Camila al Rey.

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