El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

lunes, 15 de junio de 2015

CAMILA, LA PEQUEÑA PRINCESA (1ª Parte)



Todo estaba listo para la llegada de la futura Reina del faro, en el castillo no faltaba un rincón por adornar de flores, el estanque que rodeaba la entrada había sido limpiado con esmero, el Rey había ordenado eliminar todos los renacuajos, las moscas y los mosquitos, no quería que su dulce niña fuera molestada por ningún bichejo de los alrededores. Los únicos que se salvaron de la muerte fueron los grillos, apresados para que cantasen canciones de cuna.

El vigía había dado la señal y las trompetas avisaban de la llegada del carruaje, abrieron el puente y salieron dos sirvientes a extender la alfombra roja desde la entrada principal al coche de caballos, para que su esposa no se ensuciase los pies de barro. El Rey fue a reunirse con sus queridas. La primera en salir fue Alicia la Reina de Faro luna,  El Rey Augusto la saludó con un beso en la mano como hacia siempre que se reencontraban en público, preguntó por ella, por la pequeña heredera del trono, venía en los brazos de la nana que la cuidaría, cobijada en una manta de lana de borrego montañés.

A pesar de las esperanzas del  Rey por que el hechizo no hubiese tenido éxito, su hija no era tan fuerte y bella como el la esperaba. Su menudencia, hacia que sobrasen metros de manta cuando no eran de gran tamaño, tenía una cara muy pequeñita, redondita cual naranja y blanquita, no se sabía aún de qué color tenía el pelo puesto que no tenía uno para analizarlo. Aproximo su mano para tocarla, era hija suya a pesar de todo, le rozó uno de sus carrillos con ternura y ella abrió los ojos para mirarlo, había despertado del sueño profundo en el que se había sumergido durante el trayecto, ni el traqueteo del coche había conseguido despertarla.

-Querida Camila, me alegro de conocerte.- Le susurro para no asustarla con su voz grave, quería que poco a poco lo fuera conociendo para que así no llorase, ella lo miraba fijamente tan extrañada por su presencia como el de su aspecto. La nana le pareció demasiado joven, inexperta para cuidarla, pero la Reina lo convenció al explicarle que ella no tenía pecho para darle, que la escogió porque amamantaba a otros bebes en su aldea tras perder al suyo propio, y que la niña quedaba satisfecha después de cada toma.

Su alcoba era la más cercana a la de la Reina y digna de su título, engalanada hasta el último detalle por orden del Rey que ilusionado esperaba a su primogénita. Las paredes habían sido cubiertas con las mejores telas de colores, así el ladrillo del castillo estaría más reservado del frio. Las cortinas eran de satén rojo recogidas con unas tiras de encaje blanco, el suelo estaba cubierto de alfombras para que pudiera gatear cuando fuese más grande. La cuna de madera de nogal mecería su cuerpecillo para que durmiese en el colchón mejor mullido de lana.

Tendrían que pasar varios años para que la cuna se quedase pequeña. Al llegar su quinto cumpleaños le regalaron una cama blanca de forja, un nuevo colchón, muchos vestidos, y juguetes, pero no se encontraba satisfecha, había algo que le hubiese gustado mucho más, lo había odio mencionar pero no sabía cómo era y en palacio no había ninguno. Sentía cuantiosa curiosidad por mirarse en un espejo. Triste pidió a la nana que la acompañase al faro, quería subirse en su taburete y ver los barcos.

Los pesqueros atracaban en el muelle, las gaviotas buscaban sus presas de media tarde y ella se sentía apresada como los peces en sus redes. Notaba por los demás que algo extraño pasaba, no podía salir del castillo y no la dejaban asistir a las fiestas, encerrada en su cuarto debía de permanecer siempre que asistiese alguien extraño. Su nana era para ella algo más que eso, no solo la cuidaba y velaba por su sueño, también le proporcionaba algo que sus padres conforme fue creciendo dejaron de darle, cariño, solo pedía eso.

Sus padres habían intentado en varias ocasiones tener más niños, para darle un hermanito le decían a ella, pero el motivo principal era buscar un bebe bonito al que mostrar a los demás nobles. Pero el hechizo no solo condicionó al bebé que esperaba, también produjo fetos débiles que nunca llegarían a nacer.

Un día jugaba con la nana lanzándose una pelota de trapo hasta que resbalándose de las manos de Camila rozó la pared y un pequeño clic sonó detrás de las telas que rodeaban el cuarto de la pequeña princesa. Le pidió a su compañera de juegos que la ayudase a tirar de las telas sujetas a la pared, consiguieron quitar bastante como para poder ver que tras ellas había algo oculto, un pasadizo. La niña cogió una vela del candelabro de la cómoda y se adentró en la oscuridad, temerosa por lo que pudiera pasar la nana pedía que aguardase, pero ella no la quiso escuchar.

Prosiguieron hasta encontrar más pasadizos, la nana insistió en volver, pero a Camila por momentos le aumentaba la curiosidad y se negó, giraron a la derecha donde encontraron dos puertas una frente de la otra, y al final una especie de mirilla. Pidió que la tomase, quería asomarse, la rejilla daba al pasillo justo enfrente del despacho del Rey. Iluminó a una de las puertas, -¿Cómo se abrirá esto?- preguntó. –Volvamos es la hora de la cena-  contestó la nana. Camila miró las velas y asintió con la cabeza, estar allí le pareció arriesgado, se podían quedar sin iluminación y sus padres se extrañarían de que llegasen tarde al salón.

Al llegar a la habitación, la nana se dio cuenta de que la niña se había ensuciado el vestido al rozarse con las paredes polvorientas, fue al armario y sacó uno limpio, le ayudó a ponérselo y la acompañó al salón. La mesa estaba servida y los Reyes esperaban impacientes a su hija que llegaba diez minutos tarde. Le preguntaron por el cambio de vestimenta y por tu tardanza. –Derramé cera en mi vestido mientras jugaba, y no encontraba una lo bastante bonito- Explicó.

Más tarde ya en su cuarto la nana le riñó por su embuste y le dijo que no quería que volviese al pasadizo que si lo volvía a hacer se lo contaría a sus padres y la castigarían. Amohinada se quedó dormida, ella quería ver algo más que las paredes de piedra del castillo, y no se conformaba a las vistas marinas desde el faro. Le parecía interesante la forma que tenían los pescadores de coger los peces, y de cómo se movían para escaparse, pero eso le parecía poco, ella quería ver más allá.

A la mañana siguiente nada más abrir los ojos ya estaba lista para seguir con su andadura. Aún era temprano, al menos no su hora habitual de levantarse, quedaban varias horas para que su nueva profesora viniese a palacio. Sus padres creían conveniente que comenzase a estudiar idiomas, geografía, matemáticas, literatura… todo lo que una Reina debía de saber. Su nana desde muy pequeña le enseñó las primeras letras, y poco a poco a leer y a escribir, de cuentas solo a sumar y a arrestar.

Se puso una bata y movió el trozo de tela que ocultaba la puerta para el pasadizo,  rebuscó con su pequeña mano entre los ladrillos hasta que encontró un saliente en uno de ellos y apretando se abrió, cogió una vela y prosiguió con su aventura hasta llegar donde el día anterior lo había dejado. Iluminó buscando una similitud, todas debían de abrirse de la misma manera y así fue, encontrando el ladrillo amañado abrió otra puerta. Ya sospechaba que esta diese al cuarto de sus padres, sin inmutarse volvió a cerrar, no quería que la castigasen y sus padres aún dormían.

Siguiendo el orden, la siguiente puerta debía de dar a la habitación principal de invitados, allí se alojaban sus abuelos cuando venían de visita. Con paciencia contemplaba la estancia, no la recordaba tan grande, tal vez porque la abuela siempre traía muchos baúles llenos de vestidos, zapatos y joyas. Las criadas habían limpiado días antes, eso indicaba que pronto vendrían. Las sabanas que ocultaban los muebles estaban quitadas y el suelo había sido encerado. Se sentó en la silla del tocador, el espejo al igual que en todo palacio estaba quitado y mas parecía una mesita de escritorio que otra cosa. Lo recordaba más bonito, tal vez fuese porque la abuela siempre solicitaba que pusiesen encima un jarrón de flores, además, de todos sus perfumes y ese pequeño baúl donde guardaba las joyas.

Escuchó pasos, las criadas se acercaban, antes de irse su intuición la premió con un impulso, abrió el único cajón del tocador que se resistía a ello, estaba algo atascado. Sonriente salió corriendo para esconderse en los pasadizos, no antes de llevarse algo que andaba buscando. Volvió a su cuarto, se sentó en la cama y quitó la funda que ocultaba un espejo de mano. Lo levantó a la altura de su cara, por fin podría saber qué aspecto tenía, su cara, al igual el resto de su cuerpo era muy blanca, tenía algo que llamaban pecas por toda la cara, los ojos muy redondos y negros como la oscuridad, le brillaban vivamente mientras se miraba, su nariz y su boca muy pequeñitas, y rosadas como sus mejillas. Lo que no acababa de entender era el color zanahoria de su pelo, siempre lo llevaba recogido. Sus padres eran morenos de tez y de pelo - ¿A quién habré salido yo?- Se preguntaba ella cuando la nana apareció por la puerta.

Al pillarla de improviso no le dio tiempo de guardar el espejo, le preguntó de dónde lo había sacado y ella dio la callada por respuesta. Le ayudó a vestirse, le puso un vestido nuevo que la Reina había encargado para la ocasión, desde que llegó a palacio tras su nacimiento en casa de los abuelos, la niña no había sido presentada a nadie. Quería que la profesora venida desde el extranjero se llevase una buena impresión.

Tras desayunar la llevaron a la biblioteca donde la esperaba Elena la nueva profesora. Ya había dejado sus pertenencias en su dormitorio, en la zona del servicio. Había desayunado en la cocina y con la mesa dispuesta de libros hacia tiempo contemplando las vistas desde la ventana. Ya le habían explicado para que no se extrañase del tamaño de Camila, nada más verla se acercó a ella, se agachó y le hizo una reverencia. -Encantada de conocerla, princesa- dijo dulcemente. A la niña le gustó, se la había imaginado de otra manera, por todos los cuentos leídos sabia que las institutrices tenían fama de gordas, feas y malvadas.

La nana al ser el primer día se quedó con ellas, cogió un libro y se sentó en un cómodo sillón orejero, así las tendría vigiladas además de descansar un poco de sus obligaciones. La profesora comenzó por ponerla a leer, tras las primeras letras escuchó un carruaje, cascos de cuatro caballos. El sonido era conocido, dio un salto de la silla y salió corriendo. Ambas se quedaron con la palabra en la boca llamándola, pero no les izo caso, y siguió hasta llegar a la entrada del castillo, venían sus abuelos.

Se abalanzó a los brazos de su abuela como ya era habitual cada vez que venía, llevaba desde el verano pasado sin verlos. El abuelo estaba más envejecido que nunca y usaba una especie de bastón muy largo y dorado. - ¿Por qué llevas este palo tan largo y brillante?- preguntó Camila. –Es el bastón del jubilado del club de ajedrez, te lo regalan cuando cumples ochenta años y uno más joven te gana por primera vez- contestó orgulloso de su afán como ajedrecista. –Pues yo quiero aprender y que me den uno de estos- contestó la niña. –Te enseñaré durante los días que estemos en Faro Luna- prosiguió el. Los Reyes que también salieron a recibirlos mandaron a la pequeña princesa de regreso a la biblioteca, a seguir con su lectura hasta la hora de comer.

Del salón pasaron a la sala principal a tomar café, a ella le ordenaron que fuese a su cuarto a dormir la siesta antes de su clase de equitación. La nana cerró la puerta con pestillo antes de irse. La niña bostezó varias veces y se hizo la dormida, cuando ya no escuchaba pasos se levantó de la cama y salió por el pasadizo. Se adentró mas allá de lo que ya conocía continuando todo recto. Si aquello seguía un orden, en el cuarto pasillo a la izquierda encontraría la sala donde se habían quedado charlando.

Pegó la oreja al ladrillo, pero no escuchaba nada, era demasiado gordo como para dejar pasar algún sonido. Una pequeña luz entraba por una rejilla, pero ella no alcanzaba a asomarse. Volvió corriendo al cuarto a por el taburete del piano, quería saber de sus conversaciones cuando ella no estaba presente, y pronto el abuelo cuando terminase su café y su puro iría a acostarse como de costumbre. A pesar de haber ganado cincuenta centímetros sus ojos no llegaban a ver la escena, pero levemente podía escuchar lo que se decían.

Pasados unos minutos volvió corriendo a su cuarto y se metió en la cama llorando, ya sospechaba ella las cosas feas que decían a sus espaldas. A pesar de que los abuelos defendían la postura de que ella debía de reinar algún día en Faro Luna sus propios padres cansados de intentar tener más hijos preferían que su sobrino Hernán hijo de su hermana fuera el próximo Rey. Escuchó que alguien abría la puerta, se tapó la cabeza para que no la viesen llorar, era la nana que venía a vigilar su sueño. La destapó y vio sus ojos llenos de lagrimas, se abrazó a ella, su cuidadora estaba al tanto de todo lo que ocurría en el castillo, los sirvientes también cuchicheaban cuando ellos no estaban. 

Miró para el piano de pared y vio que el asiento no estaba, le preguntó a la niña y ella sin decir nada giro la vista para donde se ocultaba el pasadizo. Le pidió que le abriese la puerta, y que la acompañase a donde lo había dejado. Lo cogió y lo llevó de vuelta a su sitio. Después de ayudarle a ponerse una vez más el vestido le pidió que la acompañase a dar un paseo por el jardín. Se sentaron en el merendero de las rocas, las vistas del mar eran aún mas relajantes que en el faro, las barquillas flotaban en la orilla y algunos niños se bañaban en la playa. Camila los miraba con tristeza, no entendía que tan horrible tenía ella como para que sus padres no la quisieran, y la ocultasen del resto del mundo.  Incluso los hijos de los pescadores parecían mucho más felices que ella.

La profesora ensillaba al caballo con el que viajaba por todo el mundo, se había colocado el traje de montar y se había recogido su largo cabello negro en una trenza. Zacarías que así se llamaba el animal se mantenía quieto y sosegado mientras que ella le acariciaba sus crines. Uno de los mozos del castillo sacó a Indiana de las caballerizas, el poni que tiempo atrás le habían regalado a Camila. A pesar de su poca alzada tuvo que ser ayudada por la profesora para poder montar.

Dieron largos paseos por los jardines hasta que la princesa cansada se ver siempre el mismo paisaje le pidió a su profesora seguir con el paseo fuera de palacio. Antes de llegar ya le habían informado los Reyes de las condiciones en su trabajo y de que le estaba terminantemente prohibido salir de las inmediaciones, a no ser que fuese para no volver. Su primera clase de equitación no le había parecido del todo desagradable, cuando vio al colorido poni el día que se lo regalaron relinchando y dando pingos se asustó mucho pero tratándolo con dulzura era muy agradable pasear junto a el, por fin había descubierto algo que le gustaba.

Diez años más tarde había cambiado a Indiana por Luna, una yegua blanca de crines plateados. Habían pasado los años pero ella seguía necesitando la ayuda de un taburete para poder montar a caballo. Al llegar al metro de estatura había dejado de crecer, para entonces a pesar de seguir pareciendo una niña, había madurado en cuerpo y mente. Ella misma había cambiado la decoración de su cuarto quitando todas las telas coloridas, la alfombras que mullían el suelo, las cortinas recargadas de encajes, no quería tanto adorno textil. Con tanto tiempo libre y encerrada en palacio, desarrollo varias facetas, entre ellas afianzo su forma de tocar el piano, sus dedos recorrían las teclas con dulzura emanando de ellas melodías de ensueño, aprendió todo lo que su profesora le quiso enseñar de historia, literatura, matemáticas, idiomas, etc. Un día sentada en el faro buscó papel y lápiz y comenzó a dibujar, sus primeros trazos delataban inexperiencia pero con el paso del tiempo usando color y paciencia consiguió pintar cuadros exquisitos, paisajes del mar, de los pescadores, de sus hijos que crecían, de las rocas y sus bichejos, de todo aquello que sus barreras le permitían admirar.

La nana le seguía llevando al merendero el té con pastas como acostumbraba a tomar desde que su profesora Elena se lo aconsejó, cada día lo tomaban las tres juntas contemplando las vistas, charlaban entre ellas de arte, de libros y poesía. Sus padres mientras tanto inmersos en sus obligaciones sociales, los abuelos cada vez la visitaban menos, pero ella seguía practicando el ajedrez para cuando volviese a verlos.

Un carruaje se aproximaba a gran velocidad desde el camino, los pájaros que buscaban alimento en el suelo volaban asustados, el polvo levantado ensuciaba el paisaje que pintaba Camila con acuarelas. Siguió con sus vivos ojos la dirección del coche de caballos, los criados descendieron el puente, se detuvo en la puerta de palacio, los padres salieron a recibir al joven que bajaba del carruaje. Ella extrañada, fue a informarse, entró por la puerta del servicio, siguió hasta la biblioteca y abriendo la puerta del pasadizo fue a escuchar por la rejilla que daba a la sala principal.

Ella no estaba informada de ninguna visita y siempre lo hacían para que no interrumpiese. Subida en un taburete asomó sus ojos por la rejilla, ella no lo conocía, sería pocos años mayor que ella, su cuerpo estilizado y arrogante se había sentado en uno de los sillones frente a sus padres. Charlaban de forma afable, parecían tener confianza, conocerse. Una de las criadas entró para servir café y el Rey le ordenó que arreglara de inmediato el cuarto de invitados. Luego lo acompañaron a dar un paseo por palacio.
CONTINUARÁ ……………………… 

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