Tortuga
analizaba las cuerdas de una vieja bandurria a la cual le faltaba una, su
estado era tan dejado como el resto de la casa que se caía a pedazos por todas
partes. La detective Flora, intrépida aunque prevenida dejó a Teo cavilando
sobre el polvo arrastrado en parte de la bandurria, y siguió buscando por todos
los rincones, hasta que encontró el cadáver que colgaba de una viga en una
habitación donde el techo no cubría, al parecer se había desprendido hacia ya
bastante tiempo y los escombros tirados en el suelo ocultaban lo que
anteriormente debió de ser un cuarto de niños. Llamó a Teo, su superior, para
que viera el cuerpo del colillero. Permanecía empapado de sangre, le habían
quitado los ojos, y con la cabeza casi separada del cuerpo colgaban sus restos
de la doceava cuerda de la vieja bandurria.
Mientras
esperaban a que viniesen a recoger el cadáver, Flora fotografiaba la escena del
crimen y las pruebas que Teo iba encontrando. Cuando llegó el forense bajaron
el cuerpo y se lo llevaron para analizarlo. Una vez en comisaría la detective
buscó a los familiares para darles la noticia, pero el colillero no tenia
familia directa, solo primos lejanos con los que ni tan siquiera mantenía
relación. Sus padres habían fallecido cuando el aún era un chaval y comenzaba a
fumar, en un despiste se había dejado un cigarrillo mal apagado y la casa había
ardido y con ella, sus padres y su hermano pequeño, él había conseguido escapar
por una ventana al ver las llamaradas desde el otro lado del pasillo.
Los
vecinos no habían visto nada, o no querían decirlo, el barrio era humilde
aunque con algunas familias conflictivas, todos fueron interrogados por el
Tortuga, todos tenían cuartada menos una prostituta que rondaba la zona en
busca de compañía, aquel día decía no haber ido por allí pero varios vecinos la
vieron pasar. La detuvieron como principal sospechosa ya que encontraron un
cabello suyo enredado en la cuerda, y colillas en un enorme cenicero de barro
que contenían su ADN. En el interrogatorio negó su acusación y contó que aunque
el colillero no tenía dinero para sus servicios eran amigos de mucho tiempo
atrás y que ella le llevaba sus propias colillas.
Flora
era reacia a creer que la joven fuera la culpable ya que la crueldad empleada
era excesiva, más acorde a un criminal masculino y reincidente debido a la
precisión con la que le habían extirpado los ojos con una simple cuchara, estos
los encontraron depositados en el centro del cenicero, arrancados pos mortem.
Ella se preguntaba que habrían visto aquellos ojos para llegar a ser víctimas
de esa atrocidad. Llevaba poco tiempo en el cuerpo y apenas había detenido a
criminales, el caso más conflictivo en el que había trabajado era sobre unos
camellos de poca monta liados a navajazos en la periferia. El Tortuga sin
embargo estaba a punto de jubilarse y le daba igual detener a un inocente, lo
único primordial para él era tener algún
culpable al que detener.
Pasó
toda la tarde en el laboratorio observando las pistas y los informes, algo se
le escapaba pero no sabía el que. Salió de comisaria, se subió al coche y se
presentó en el lugar del crimen. El precinto estaba quitado, desenfundó su arma
y con su habitual templanza entró en la casa. No encontró a nadie, todo parecía
estar igual que la vez anterior. Fue a la cocina a por un poco de agua, la mesa
aún estaba puesta, una litrona y una caja de pizza vacía. Se fijó en el cajón
medio abierto de la mesa y fue a inspeccionarlo. Encontró una libreta abierta
donde con el intento de diferentes caligrafías una misma frase se repetía “Quiero
diez mil euros o voy a la policía”.
Cogió
la libreta, estaba casi sin hojas, pasó una tras otra y en la última encontró
una dirección y un sobre, tras abrirlo aparecieron dos fotos de un hombre de
mediana edad subiéndose a una lancha en el puerto, en una estaba de perfil
desatando el amarre, en la otra su rostro se mostraba por completo y en la
parte posterior de la lancha se podía observar un bulto de grandes dimensiones.
Lo recogió todo y fue a comisaria, había llegado la noche y la mayoría de sus
compañeros se habían ido a casa, solo
quedaban los de guardia.
Al
amanecer la encontraron dormida en su escritorio, con el ordenador encendido y
las fotos en la mano, el cansancio había podido con ella tras haber visto el
rostro de todos los delincuentes que tenían registrados. Fue a su casa para
asearse y desayunar antes de volver al trabajo, luego fue a la dirección
encontrada, estaba a dos manzanas del lugar del crimen, en un edificio de pisos
humildes, subió a la quinta planta por las escaleras, giró a la derecha y ante
la tercera puerta se paró.
Llamó
al timbre que no sonó, luego tocó con los nudillos. Estaba nerviosa, en la
academia la habían preparado para todo tipo de situaciones pero en esos
momentos, se reprochaba no haber esperado al Tortuga para que la acompañase. Se
recolocó la chaqueta para que no viesen la pistola, unos pasos lentos se
aproximaban a la puerta, una sombra oscureció la mirilla. Sorpresa la suya al
ver que quien la abría era conocido para ella, aún sin afeitar, despeinado y
con el pijama, el Tortuga la recibía preguntándose qué hacía allí.
No
se atrevió a contarle la verdad temiendo que estuviera implicado y se excusó
diciendo que había pasado por allí porque le habían recomendado una cafetería
de la zona e iba a recogerlo para llevarlo a desayunar. La invitó a pasar, se
sentó en el sofá mientras que el se arreglaba y mirando la estancia sus ojos se
pararon en una foto de un estante del salón. Teo acompañado de otros compañeros
de profesión, entre los cinco miembros se hallaba el de la foto encontrada en
la casa del colillero, en una esquina asomaba la lancha con el nombre de
Fabiola, que a su vez era como se llamaba la prostituta encerrada.
En
su mente comenzaron a formarse todo tipo de conjeturas, se levantó, miró para
el pasillo por donde se había marchado su superior y al escuchar aún el agua de
la ducha se aproximó a la foto, la quitó del marco, se la guardó en el bolsillo
interior de la chaqueta y el marco lo metió en un cajón. Luego le dejó una nota
escrita en un sobre que encontró sobre la mesita, se disculpó y se fue al
muelle, allí esperaba encontrar la lancha y a su dueño para interrogarlo pero
no vio rastro de ninguno de los dos.
Nada
más entrar por las puertas fue al despacho del comisario, el Tortuga aún no
había llegado y los demás charlaban del partido de futbol de la noche anterior.
Le expuso todas la pruebas y sus razonamientos sobre la mesa, el la escuchaba
atentamente. Cogió el teléfono para hablar con alguien, luego le dijo que podía
irse y que dejara el tema, que él se encargaba de todo. Cuando ya se iba algo
le llamó la atención, entre las fotos de los familiares que colgaban de su
pared, asomaba muy sonriente la cabeza del sospechoso.
sigue asi me dejas en vilo con tus relatos
ResponderEliminar