El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

viernes, 29 de mayo de 2015

ASUNTOS SUCIOS



Tortuga analizaba las cuerdas de una vieja bandurria a la cual le faltaba una, su estado era tan dejado como el resto de la casa que se caía a pedazos por todas partes. La detective Flora, intrépida aunque prevenida dejó a Teo cavilando sobre el polvo arrastrado en parte de la bandurria, y siguió buscando por todos los rincones, hasta que encontró el cadáver que colgaba de una viga en una habitación donde el techo no cubría, al parecer se había desprendido hacia ya bastante tiempo y los escombros tirados en el suelo ocultaban lo que anteriormente debió de ser un cuarto de niños. Llamó a Teo, su superior, para que viera el cuerpo del colillero. Permanecía empapado de sangre, le habían quitado los ojos, y con la cabeza casi separada del cuerpo colgaban sus restos de la doceava cuerda de la vieja bandurria.

Mientras esperaban a que viniesen a recoger el cadáver, Flora fotografiaba la escena del crimen y las pruebas que Teo iba encontrando. Cuando llegó el forense bajaron el cuerpo y se lo llevaron para analizarlo. Una vez en comisaría la detective buscó a los familiares para darles la noticia, pero el colillero no tenia familia directa, solo primos lejanos con los que ni tan siquiera mantenía relación. Sus padres habían fallecido cuando el aún era un chaval y comenzaba a fumar, en un despiste se había dejado un cigarrillo mal apagado y la casa había ardido y con ella, sus padres y su hermano pequeño, él había conseguido escapar por una ventana al ver las llamaradas desde el otro lado del pasillo.

Los vecinos no habían visto nada, o no querían decirlo, el barrio era humilde aunque con algunas familias conflictivas, todos fueron interrogados por el Tortuga, todos tenían cuartada menos una prostituta que rondaba la zona en busca de compañía, aquel día decía no haber ido por allí pero varios vecinos la vieron pasar. La detuvieron como principal sospechosa ya que encontraron un cabello suyo enredado en la cuerda, y colillas en un enorme cenicero de barro que contenían su ADN. En el interrogatorio negó su acusación y contó que aunque el colillero no tenía dinero para sus servicios eran amigos de mucho tiempo atrás y que ella le llevaba sus propias colillas.

Flora era reacia a creer que la joven fuera la culpable ya que la crueldad empleada era excesiva, más acorde a un criminal masculino y reincidente debido a la precisión con la que le habían extirpado los ojos con una simple cuchara, estos los encontraron depositados en el centro del cenicero, arrancados pos mortem. Ella se preguntaba que habrían visto aquellos ojos para llegar a ser víctimas de esa atrocidad. Llevaba poco tiempo en el cuerpo y apenas había detenido a criminales, el caso más conflictivo en el que había trabajado era sobre unos camellos de poca monta liados a navajazos en la periferia. El Tortuga sin embargo estaba a punto de jubilarse y le daba igual detener a un inocente, lo único  primordial para él era tener algún culpable al que detener.

Pasó toda la tarde en el laboratorio observando las pistas y los informes, algo se le escapaba pero no sabía el que. Salió de comisaria, se subió al coche y se presentó en el lugar del crimen. El precinto estaba quitado, desenfundó su arma y con su habitual templanza entró en la casa. No encontró a nadie, todo parecía estar igual que la vez anterior. Fue a la cocina a por un poco de agua, la mesa aún estaba puesta, una litrona y una caja de pizza vacía. Se fijó en el cajón medio abierto de la mesa y fue a inspeccionarlo. Encontró una libreta abierta donde con el intento de diferentes caligrafías una misma frase se repetía “Quiero diez mil euros o voy a la policía”.

Cogió la libreta, estaba casi sin hojas, pasó una tras otra y en la última encontró una dirección y un sobre, tras abrirlo aparecieron dos fotos de un hombre de mediana edad subiéndose a una lancha en el puerto, en una estaba de perfil desatando el amarre, en la otra su rostro se mostraba por completo y en la parte posterior de la lancha se podía observar un bulto de grandes dimensiones. Lo recogió todo y fue a comisaria, había llegado la noche y la mayoría de sus compañeros se habían ido a casa,  solo quedaban los de guardia.

Al amanecer la encontraron dormida en su escritorio, con el ordenador encendido y las fotos en la mano, el cansancio había podido con ella tras haber visto el rostro de todos los delincuentes que tenían registrados. Fue a su casa para asearse y desayunar antes de volver al trabajo, luego fue a la dirección encontrada, estaba a dos manzanas del lugar del crimen, en un edificio de pisos humildes, subió a la quinta planta por las escaleras, giró a la derecha y ante la tercera puerta se paró.

Llamó al timbre que no sonó, luego tocó con los nudillos. Estaba nerviosa, en la academia la habían preparado para todo tipo de situaciones pero en esos momentos, se reprochaba no haber esperado al Tortuga para que la acompañase. Se recolocó la chaqueta para que no viesen la pistola, unos pasos lentos se aproximaban a la puerta, una sombra oscureció la mirilla. Sorpresa la suya al ver que quien la abría era conocido para ella, aún sin afeitar, despeinado y con el pijama, el Tortuga la recibía preguntándose qué hacía allí.

No se atrevió a contarle la verdad temiendo que estuviera implicado y se excusó diciendo que había pasado por allí porque le habían recomendado una cafetería de la zona e iba a recogerlo para llevarlo a desayunar. La invitó a pasar, se sentó en el sofá mientras que el se arreglaba y mirando la estancia sus ojos se pararon en una foto de un estante del salón. Teo acompañado de otros compañeros de profesión, entre los cinco miembros se hallaba el de la foto encontrada en la casa del colillero, en una esquina asomaba la lancha con el nombre de Fabiola, que a su vez era como se llamaba la prostituta encerrada.

En su mente comenzaron a formarse todo tipo de conjeturas, se levantó, miró para el pasillo por donde se había marchado su superior y al escuchar aún el agua de la ducha se aproximó a la foto, la quitó del marco, se la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta y el marco lo metió en un cajón. Luego le dejó una nota escrita en un sobre que encontró sobre la mesita, se disculpó y se fue al muelle, allí esperaba encontrar la lancha y a su dueño para interrogarlo pero no vio rastro de ninguno de los dos.

Nada más entrar por las puertas fue al despacho del comisario, el Tortuga aún no había llegado y los demás charlaban del partido de futbol de la noche anterior. Le expuso todas la pruebas y sus razonamientos sobre la mesa, el la escuchaba atentamente. Cogió el teléfono para hablar con alguien, luego le dijo que podía irse y que dejara el tema, que él se encargaba de todo. Cuando ya se iba algo le llamó la atención, entre las fotos de los familiares que colgaban de su pared, asomaba muy sonriente la cabeza del sospechoso.

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