Una vez más me
encuentro en este lugar, preso en esta silla que no soy capaz de mover, inútil,
así es como me siento, como un inútil que al pasar de los años se ha convertido
en un estorbo. Nadie viene a verme, parece ser que ni a mis hijos les importo.
¿Y mi esposa? ¿Dónde se encontrara ese mal bicho, ese monstruo que fue capaz de
desbaratar hasta el último de mis nervios con tal de volverme loco?
Allá a lo lejos
puedo ver a mi paloma blanca, está calmando a Ildefonso para que no se pegue
mas cabezazos contra la pared. Otro loco, este al menos está más joven y puede
moverse, con la medicación adecuada puede albergar esperanza, pero, ¿Y yo que
necesito de la asistencia de ella para todo?
¡Que vienen,
allá, allá en lo alto! ¡Ya están aquí! Miro para mi alrededor pero nadie viene
a auxiliarme, estoy completamente solo y una gran bandada de grajos negros
vienen a llevarme, se han posado en lo alto de aquel pino, ese inmenso pino que
alarga sus brazos, quiere cogerme, y no puedo, no puedo gritar, me ahoga…
En mis brotes de
locura no sé ni donde me encuentro, hace un momento estaba en el patio con
todos, con todos aquellos que están igual o peor que yo, y ahora me hallo
tumbado en la cama, tranquilo, pensativo, reflexionando sobre mi vida, aquella
que disfruté de joven, y la que vino después. Esperanza, así le llama mi
esposa, bonito nombre pero inadecuado para tal persona. Ella que después de
treinta años de matrimonio me ha abandonado en este lugar a mi suerte, no puedo
evitar llorar, la depresión me come por dentro, yo, yo que he sido un hombre
trabajador, y que he procurado que no le faltase nada a mis hijos, halagos, tal
vez eso es lo único que me pueden reprochar, pero yo nunca he sido cariñoso,
mis padres tampoco lo fueron y sin embargo yo no los traicioné en su vejez.
Mi paloma se
asoma por la ventanita de la puerta, ella cuida de mí y cuando no está no como,
me niego a que esa otra enfermera rechoncha y fea me obligue a comer, ¡Ay, si
yo tuviera cincuenta años menos! Es tan linda como amable y cariñosa, y me
cuida como si fuera su padre o mejor aún, porque los míos no aprecian los
esfuerzos que he hecho para que ellos pudiesen estudiar, toda la vida
trabajando en el campo, ahorrando cada peseta para su bienestar, y mi señora
echando culo sentada en la mecedora al sol de la tarde, mientras que las
vecinas pasaban y se paraban a chismorrear.
En la lejanía
escucho una pala, introduce con fuerza su garra y la alza para luego volverla a
hundir, están haciendo una zanja, Norberto me dijo que cerca está el
cementerio, y cierto es que huele a muerto, a muerto quemado, a carne podrida,
¡Soy yo, huelo a muerto! Este pijama, las sabanas, la colcha, todo huele a
muerto. ¡Lo he visto! A pasado por la ventana, sigilosamente con su guadaña y
he podido ver en la oscuridad de su cara como sus ojos me miraban. Tengo miedo,
miedo de ir con él, de encontrarme allí a mi suegra, que no hace tanto que se
la llevó un mal demonio, ojalá la tengan picando piedra, que era tan mala y
vaga como mi mujer.
La pala sigue su
rumbo, ha llegado la tarde y aún está trabajando, yo me encuentro mejor, hace
un instante estuvo mi paloma por aquí para que me tomase la ración de
pastillas, estaba dormido y ella me despertó con un sutil susurro, a veces
cuando la veo tengo ganas de abrazarla pero mis brazos apenas tienen fuerzas,
me coge la mano, y la inmensa diferencia de años se evaporan por un instante
para sentirla tan cerca y humana, la quiero, es algo más que una paloma, es mi
ángel de la guarda.
Suena una
musiquilla muy bonita, lenta y alegre al mismo tiempo, como si surgiera del
baile de unas mariposas, de la primavera, que envuelve la melodía de un
ruiseñor al atardecer, me sumerge en la alegría, me embriaga y desaparecen las
penas, se van volando con el baile de la melodía, ella hace que todo sea
posible, tal vez Norberto desde su cuarto escuche lo mismo y la medicación
ayude a sentirnos igual, pero yo noto que ella no es igual con todos, a mi me
trata de un modo aún mas especial.
Un tan, tan,
tan, suena por el pasillo, pasos, murmullo y unas ruedecillas descarriladas
chirrían, hay alboroto, gente, tengo frio, mucho frio, las manos heladas, se
acerca la muerte, lo presiento, las campanadas de la pequeña ermita donde los
domingos dan misa repican de forma contundente. Llaman a mi puerta, miro para
ella pero no veo nada, es todo oscuridad, llegó la noche y con ella el reflejo
de esos gigante brazos que se extienden hacia mí, se mueven muy lentamente pero
no se paran y ahí están toda la noche sumergidos en un paisaje tétrico.
Se abre la
puerta y con ella entra el rayo de luz más bonito que jamás he visto, trae la
bandeja con la cena, un bollito de pan, tortilla de patatas, una manzana, y un
flan, de postre otra ración de pastillas, haber si me acuerdo, para la tensión,
el colesterol, los dolores, la circulación, el antidepresivo, el protector y
todas aquella que ni sé, ni me acuerdo. Me trocea la tortilla con los cubiertos
de plástico, y me la arrima a la boca y cual gorrión abro y mastico todo cuanto
me dejan las encías, hace tiempo que dejé de usar la dentadura postiza, un día
aparecieron en el suelo junto a la ventana hecha trizas.
A llegado un
nuevo día y la musiquilla matinal suena alegremente para despertarnos, me
encuentro contento, pronto aparecerá con el desayuno, y me bañará, me vestirá y
me llevará al patio. Por la ventana entra un rayito de luz muy apetecible,
parece que el sol calentará el día y así no necesitaré tanta ropa que a veces
me oprime el pecho, la presión que ejerce es tan desagradable que siento ganas
de quitármela toda, y en algunas ocasiones lo he conseguido quedándome casi
desnudo.
Ildefonso, ese
maniático del orden está recogiendo las hojas que los arboles han rechazado,
las selecciona por tamaños, luego las guarda en una cajita de zapatos, es
bonita, me recuerda a la de unos taconazos que le regalé a la bruja de mi
mujer, eran rojos y brillantes, acordes para el día de los enamorados, ¿Lo
estuve? ¿Realmente lo estuve? No lo sé, no me acuerdo exactamente, algo tuve
que ver en ella para haberme casado, o tal vez fuese cosa de su madre, eso,
ahora me acuerdo, esa urraca huesuda fue la que me convenció, me metió a su
hija por los ojos, decía que mi Esperanza era ella, que no iba a encontrar una
mujer más de su casa, lo que no me contó es que era tan de su casa, o mejor aún
de la cama a la mecedora y de ella a tomar el sol en la puerta.
¡Esperanza,
cariño, mal rayo te parta! Esas fueron las últimas palabras antes de que
cerraran las puertas de la ambulancia, ella lloraba de alegría, yo lo veía en
sus ojos, entre sollozos reclamaba al señor un poco de paz y veo que la
consiguió, ¿Por qué lo sé? Porque llevo
aquí encerrado casi un año y desde entonces nadie vino a verme, y ahora mi
paloma me lleva al recibidor, dice que tengo visita, que una de mis hijas a
venido a verme, es Carlota, la pequeña, la oigo hablar francés desde el otro
pasillo, está más delgada que la última vez que la vi, viste de negro y su
rostro delata llanto, yo río descaradamente y le pido a mi paloma que dé la
vuelta, que me lleve de nuevo al patio, que tengo con Norberto una conversación
pendiente, e de preguntarle si los nuevos nichos estarán acabados, porque mi
Esperanza a muerto.
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