El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

lunes, 16 de febrero de 2015

DESVARÍO



Una vez más me encuentro en este lugar, preso en esta silla que no soy capaz de mover, inútil, así es como me siento, como un inútil que al pasar de los años se ha convertido en un estorbo. Nadie viene a verme, parece ser que ni a mis hijos les importo. ¿Y mi esposa? ¿Dónde se encontrara ese mal bicho, ese monstruo que fue capaz de desbaratar hasta el último de mis nervios con tal de volverme loco?

Allá a lo lejos puedo ver a mi paloma blanca, está calmando a Ildefonso para que no se pegue mas cabezazos contra la pared. Otro loco, este al menos está más joven y puede moverse, con la medicación adecuada puede albergar esperanza, pero, ¿Y yo que necesito de la asistencia de ella para todo?

¡Que vienen, allá, allá en lo alto! ¡Ya están aquí! Miro para mi alrededor pero nadie viene a auxiliarme, estoy completamente solo y una gran bandada de grajos negros vienen a llevarme, se han posado en lo alto de aquel pino, ese inmenso pino que alarga sus brazos, quiere cogerme, y no puedo, no puedo gritar, me ahoga…

En mis brotes de locura no sé ni donde me encuentro, hace un momento estaba en el patio con todos, con todos aquellos que están igual o peor que yo, y ahora me hallo tumbado en la cama, tranquilo, pensativo, reflexionando sobre mi vida, aquella que disfruté de joven, y la que vino después. Esperanza, así le llama mi esposa, bonito nombre pero inadecuado para tal persona. Ella que después de treinta años de matrimonio me ha abandonado en este lugar a mi suerte, no puedo evitar llorar, la depresión me come por dentro, yo, yo que he sido un hombre trabajador, y que he procurado que no le faltase nada a mis hijos, halagos, tal vez eso es lo único que me pueden reprochar, pero yo nunca he sido cariñoso, mis padres tampoco lo fueron y sin embargo yo no los traicioné en su vejez.

Mi paloma se asoma por la ventanita de la puerta, ella cuida de mí y cuando no está no como, me niego a que esa otra enfermera rechoncha y fea me obligue a comer, ¡Ay, si yo tuviera cincuenta años menos! Es tan linda como amable y cariñosa, y me cuida como si fuera su padre o mejor aún, porque los míos no aprecian los esfuerzos que he hecho para que ellos pudiesen estudiar, toda la vida trabajando en el campo, ahorrando cada peseta para su bienestar, y mi señora echando culo sentada en la mecedora al sol de la tarde, mientras que las vecinas pasaban y se paraban a chismorrear.

En la lejanía escucho una pala, introduce con fuerza su garra y la alza para luego volverla a hundir, están haciendo una zanja, Norberto me dijo que cerca está el cementerio, y cierto es que huele a muerto, a muerto quemado, a carne podrida, ¡Soy yo, huelo a muerto! Este pijama, las sabanas, la colcha, todo huele a muerto. ¡Lo he visto! A pasado por la ventana, sigilosamente con su guadaña y he podido ver en la oscuridad de su cara como sus ojos me miraban. Tengo miedo, miedo de ir con él, de encontrarme allí a mi suegra, que no hace tanto que se la llevó un mal demonio, ojalá la tengan picando piedra, que era tan mala y vaga como mi mujer.

La pala sigue su rumbo, ha llegado la tarde y aún está trabajando, yo me encuentro mejor, hace un instante estuvo mi paloma por aquí para que me tomase la ración de pastillas, estaba dormido y ella me despertó con un sutil susurro, a veces cuando la veo tengo ganas de abrazarla pero mis brazos apenas tienen fuerzas, me coge la mano, y la inmensa diferencia de años se evaporan por un instante para sentirla tan cerca y humana, la quiero, es algo más que una paloma, es mi ángel de la guarda.

Suena una musiquilla muy bonita, lenta y alegre al mismo tiempo, como si surgiera del baile de unas mariposas, de la primavera, que envuelve la melodía de un ruiseñor al atardecer, me sumerge en la alegría, me embriaga y desaparecen las penas, se van volando con el baile de la melodía, ella hace que todo sea posible, tal vez Norberto desde su cuarto escuche lo mismo y la medicación ayude a sentirnos igual, pero yo noto que ella no es igual con todos, a mi me trata de un modo aún mas especial.

Un tan, tan, tan, suena por el pasillo, pasos, murmullo y unas ruedecillas descarriladas chirrían, hay alboroto, gente, tengo frio, mucho frio, las manos heladas, se acerca la muerte, lo presiento, las campanadas de la pequeña ermita donde los domingos dan misa repican de forma contundente. Llaman a mi puerta, miro para ella pero no veo nada, es todo oscuridad, llegó la noche y con ella el reflejo de esos gigante brazos que se extienden hacia mí, se mueven muy lentamente pero no se paran y ahí están toda la noche sumergidos en un paisaje tétrico.

Se abre la puerta y con ella entra el rayo de luz más bonito que jamás he visto, trae la bandeja con la cena, un bollito de pan, tortilla de patatas, una manzana, y un flan, de postre otra ración de pastillas, haber si me acuerdo, para la tensión, el colesterol, los dolores, la circulación, el antidepresivo, el protector y todas aquella que ni sé, ni me acuerdo. Me trocea la tortilla con los cubiertos de plástico, y me la arrima a la boca y cual gorrión abro y mastico todo cuanto me dejan las encías, hace tiempo que dejé de usar la dentadura postiza, un día aparecieron en el suelo junto a la ventana hecha trizas.

A llegado un nuevo día y la musiquilla matinal suena alegremente para despertarnos, me encuentro contento, pronto aparecerá con el desayuno, y me bañará, me vestirá y me llevará al patio. Por la ventana entra un rayito de luz muy apetecible, parece que el sol calentará el día y así no necesitaré tanta ropa que a veces me oprime el pecho, la presión que ejerce es tan desagradable que siento ganas de quitármela toda, y en algunas ocasiones lo he conseguido quedándome casi desnudo.

Ildefonso, ese maniático del orden está recogiendo las hojas que los arboles han rechazado, las selecciona por tamaños, luego las guarda en una cajita de zapatos, es bonita, me recuerda a la de unos taconazos que le regalé a la bruja de mi mujer, eran rojos y brillantes, acordes para el día de los enamorados, ¿Lo estuve? ¿Realmente lo estuve? No lo sé, no me acuerdo exactamente, algo tuve que ver en ella para haberme casado, o tal vez fuese cosa de su madre, eso, ahora me acuerdo, esa urraca huesuda fue la que me convenció, me metió a su hija por los ojos, decía que mi Esperanza era ella, que no iba a encontrar una mujer más de su casa, lo que no me contó es que era tan de su casa, o mejor aún de la cama a la mecedora y de ella a tomar el sol en la puerta.

¡Esperanza, cariño, mal rayo te parta! Esas fueron las últimas palabras antes de que cerraran las puertas de la ambulancia, ella lloraba de alegría, yo lo veía en sus ojos, entre sollozos reclamaba al señor un poco de paz y veo que la consiguió, ¿Por qué lo sé?  Porque llevo aquí encerrado casi un año y desde entonces nadie vino a verme, y ahora mi paloma me lleva al recibidor, dice que tengo visita, que una de mis hijas a venido a verme, es Carlota, la pequeña, la oigo hablar francés desde el otro pasillo, está más delgada que la última vez que la vi, viste de negro y su rostro delata llanto, yo río descaradamente y le pido a mi paloma que dé la vuelta, que me lleve de nuevo al patio, que tengo con Norberto una conversación pendiente, e de preguntarle si los nuevos nichos estarán acabados, porque mi Esperanza a muerto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario