Roto, llanto del amanecer,
Que inundan mis ojos,
Llenos de negro ser.
Imploro clemencia al cielo,
Mas no necesito nada,
Quiero morir hoy,
Y no esperar a mañana.
Las tarántulas que se acercan,
No quieren morderme,
Vienen a observarme,
A reírse en mi cara.
Que de venir tiene el futuro,
Para un mal ser,
Para una alimaña,
Sepultada por su propia piel.
Al transcurso del día,
Contemplo que mi soledad cambia,
Al llegar la tarde,
Se marchan las tarántulas,
Y llegan los coyotes,
Mordisqueando mi piel chamuscada.
No siento ni padezco,
Mas ya no tengo nada,
Miro al horizonte, solo veo,
Que llega la nada,
El silencio pulcro,
Que atormenta la madrugada,
Oscura y apaciguada,
De ella no obtengo carcajadas.
Los parpados cerré,
Cavilando el futuro,
Y cuando menos lo esperé,
Un ruido rompió el silencio,
Estrepitoso para mis oídos,
Sin orejas aferradas.
Unas luces se acercaban,
Años anclados sin raíces,
Vinieron a buscarme,
Ellos, los nuevos habitantes,
Me elevé del suelo,
Sin apoyarme en mis pies,
Mas solo tenía membranas,
Tentáculos como raíces,
Nacidas del sustrato,
De la propia tierra,
Anclada en mis viejos mocasines.
Reconozco en su mirada,
Una similitud pertinente,
Miro para sus manos y veo,
Que llevan un corazón inerte.
¿Será para mí, la cena,
que van a servir?
Solo veo platos limpios,
Y un cuchillo afilado,
¿Dónde estará el manjar?
Todos babean hacia mí,
Al más gordo han cazado,
Para ser devorado.
Cortan cada cual por donde pilla,
Cada uno come un trozo,
Y yo miro mientras comen,
Esperando, que no se dejen atrás los ojos.
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