Era un domingo cualquiera, me levanté
temprano para hacer limpieza como de costumbre, pero, esta vez mis ojos se
fueron hacia la lista de propuestas y planes pendientes que colgaba de la
nevera, el imán comenzaba a ponerse mohoso y el papel a palidecerse, la miré un
instante y tras repasarla decidí buscar las mayas, la sudadera y esas
zapatillas tan chulas, las que compré cuando apunté como propósito hacer
deporte. Tras cerrar la puerta, obtuve una primera impresión de mi barrio cuando
todos menos algunas marujas duermen, la vida ajetreada del trabajo a casa y
viceversa hace que tener una vida sana, natural y sociable sea complicado, dejé
los pensamientos aburridos sobre el felpudo de la entrada y me sumergí en mis
pasos ligeros, haciéndolos cada vez más intensos, salí de los adosados,
atravesé la avenida principal, donde algunos viandantes se paraban a comprar
churros, otros a tomar el primer café de la mañana, llegué hasta el parque, le di una vuelta y
tras tomar un poco de agua, me vi con fuerzas de continuar, le estaba tomando
el gustillo a sentir el calor en los pies y el aire fresco sobre mi rostro,
decidí pasar por el lago, lugar que no visitaba desde que pasó de ser un lugar
de recreo infantil a convertirse en el sitio favorito de las parejas para
hacerse arrumacos, aprovechando la intimidad de unas farolas fundidas a
peñascazos. Por la mañana, todo era diferente, la luz del sol brillaba sobre su
agua cristalina, el césped verdeaba cubierto de los restos del botellón, las
papeleras tras el vandalismo permanecían tiradas en el suelo, las barquichuelas
también habían desmejorado desde la última vez que las vi, se movían suavemente
mecidas por el agua, me vi obligada a parar, mi gemelo izquierdo se había
tensado provocándome un gran dolor, me senté en un banco, contemplaba el
paisaje cuando me fijé en algo fuera de lugar, un bulto se acercaba muy
despacio flotando en el agua, me puse de pie, no daba crédito, para un día que
descansaba del trabajo y éste me buscaba, cogí el móvil y llamé a mi subordinado
para que se personase de inmediato, teníamos un crimen que resolver, esperé
hasta que vino con el equipo oficial, y sacamos el cuerpo, una joven, se
encontraba semidesnuda, con magulladuras por todas partes, el forense no quiso
darme ninguna pista hasta que no le practicase la autopsia, merodeamos buscando
algún indicio, pero todo estaba infectado por los restos de la última juerga, me
subí a una barquichuela, solté el amarre, y me adentré hacia la mitad del lago,
allí, lo rodeé con la vista, hasta que encontré una barquichuela flotando
bocabajo, cerca de la otra orilla, por un momento presentí que habría más de
una víctima, llamé a mi subordinado para que rodease el lago a pié, cogí los
remos con fuerza, y remé tan rápido como pude, de entre la maleza salió
desconsolado, llamándome a voces, había encontrado, el cuerpo de un joven,
salté, no sin mojarme las zapatillas, y corrí hacia él, el cuerpo permanecía
tirado en el suelo, con la cabeza aplastada por un gran peñasco, a dos metros
de distancia la cesta de picnics continuaba repleta, cerca, una cartera sin
dinero, pero con documentación, ya teníamos identificados a los cadáveres, solo
nos faltaba el motivo y el asesino en cuestión. Recogimos un par de pisadas en
la hierba y algunas colillas, luego avisamos de nuevo al forense que acababa de
trasladar a la joven a su mesa de trabajo, antes de irnos di una última vuelta,
algo brillaba a los pies de un sauce cercano al lugar del crimen, me acerqué y
encontré la llave de un coche, caminé hacia los estacionamientos más cercanos
buscando un Ford, encontré uno aparcado debidamente, pero en muy mal estado,
con las ruedas pinchadas, y hundido a palos, me acerqué para explorarlo, el
maletero estaba atado por el simple cordón de un zapato, quité su nudo con
cuidado, y dando un rebote se levantó la puerta, ante mis ojos, otro cadáver,
esta vez era un hombre corpulento de mediana edad, tenía las manos atadas a la
espalda, y varios disparos, algo asomaba de su boca, una pequeña placa con un
nombre inscrito, tiré de ella y apareció la pulsera de una niña, le revisé los
bolsillos sin encontrar nada, abrí la guantera, pero no había documentación,
llamé para que me informasen sobre la matrícula, me dieron una dirección, dejé
a mi subordinado a cargo en aquel lugar, y le pedí su coche, no antes de enviar
una patrulla a la casa de aquel hombre, puse la sirena para abrir paso, tarde
quince minutos en llegar, aparcaba cuando la expresión de uno de mis compañeros
me dio a entender que llegábamos tarde, en su cuarto, con un gesto de sueño
complacido yacía la hija aquel hombre, en el suelo encontré una jeringuilla que
envié a analizar, en la casa, no había nadie más, al ver una foto sobre la
mesilla de la niña, recordé que la muerte de su madre había salido en los
periódicos, falleció en un accidente laboral algunos meses antes, cuando
limpiaba los alrededores del lago, el trabajo se nos acumulaba acompañado de
múltiples interrogantes, pero algo tenía claro, debía regresar al primer escenario, lugar en el que
reconstruir algo que no tenía mucha lógica, buscar pruebas y testigos, y no
olvidarme de que la principal culpable de esta historia, era el agua del lago,
tan cristalina y pura que ya cometió otro asesinato.
El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.
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