El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

lunes, 30 de marzo de 2015

Gina sigue al Coge Pantuflas



Gina permanecía sentada en un banco con su libreta de mariposas en la mano, esperaba encontrar entre los perros del parque al Coge Pantuflas. La única característica que conocía era su color, negro azabache con manchas blancas por la barriga. Su madre la observaba desde el grupo de cotilleo, los otros niños jugaban con bicicletas o con patines, a pillar o a cualquier juego improvisado que sus pequeñas mentes pudieran imaginar.

Se encontraba ensimismada en sus pensamientos, en apuntar cada detalle que pudiese servir a la hora de descubrir la guarida del perro, y no se dio cuenta de que Sofía se había puesto detrás de ella con un puñado de hojas secas en la mano para lanzárselas por encima. Gina se puso de pie, y tras recoger algunas hojas comenzó a correr detrás de su amiga.

Antes de que llegasen a tres metros del estanque su madre fue a buscarla. Luego, acompañaron a Sofía con su abuela y sus primas que jugaban junto al merendero. La abuela era una mujer muy cariñosa y amable que dedicaba  los días festivos y las tardes a jugar con los nietos.

Una vez en casa abrió su pequeño cuaderno y leyó los datos apuntados. “ 1.- Azuqui: perra de pelo largo, blanco y marrón, orejas cortas, rabo largo y peludo. Igualita que Lasi. Acompaña a un niño mayor que yo, con cazadora azul marino y vaqueros claros. 2.-Cachorro de Cocker de color negro y blanco. Su amo, un señor mayor con sombrero y paraguas juega con él. 3.-Blando, el braco canela de mi profesora de gimnasia, corre al lado de ella. 4.-Perra callejera de colores, despeinada y con pulgas.”

Cerró su cuaderno de notas y lo guardó en el cajón del escritorio, luego se asomó por la ventana,  había llegado la noche y una leve lluvia mojaba las calles solitarias. Su madre la esperaba con la bañera preparada, justo como a ella le gustaba con su patito de plástico y mucha espuma. Después de cenar se durmió con su cojín de princesas.

A la mañana siguiente se levantó con la misma obsesión del día anterior, encontrar al perro que se comió su zapatilla de casa. Antes de irse al colegio guardó su libreta en el abrigo, luego se subió en el coche y por el camino mientras que su madre estaba atenta a los peatones y a los vehículos ella espiaba con su mirada interrogante cada rincón de las calles.

Al llegar al colegio encontró clavado en un árbol un papel que informaba de un concurso de canes, esa misma tarde a las siete en el polideportivo municipal. En el recreo convenció a Sofía para que la acompañase al espectáculo con la debida supervisión de su abuela y el respaldo de sus primas.

Una vez que llegaron a las instalaciones municipales comenzó a llover, resguardados del frio de la calle y de la lluvia disfrutaron del paseíllo de los perros, de cada prueba que debían de realizar con la inspección de los jueces y con el sucesivo acompañamiento de sus dueños. 

Al llegar a casa subió a su cuarto y abrió el cuaderno. “ PRIMER CONCURSO DE CANES CON ALTO PEDIGRÍ” polideportivo municipal, avenida piedad nº 1. Quince preciosos participantes, dos de ellos completamente negros, ninguno con manchas. Sigue la búsqueda.” Luego se acercó a la estantería, cogió una caja de cartón y sacó la pareja de la zapatilla que andaba buscando.

La guardaba celosamente bajo papel de periódico, una perrita con sus pelitos suaves y rosas como el primer día. De la boca sonriente le salía una graciosa lengüecilla y la trufa permanecía torcida igual que cuando la estrenó. Eran las zapatillas infantiles más bonitas que había tenido. Su mamá buscó en las tiendas pero no encontró otras iguales ya que se habían agotado.

Con la zapatilla en la mano se asomó a la ventana, había escuchado un ladrido. Su madre abrió la puerta y asombrada por su llegada perdió la otra zapatilla. Inmediatamente salió corriendo, su madre la siguió a pocos pasos hasta llegar a la calle, y  tirada en el asfalto permanecía sucia tras haber caído en un charco.

La recogió justo cuando el perro pulgoso del parque se iba a aproximar, -Largo, pulgas- le dijo con desprecio y el cucho corrió despavorido. Luego la dejó en el baño, en el cesto de la ropa sucia y fue ayudar a su madre en la cocina. Mientras lavaba los tomates en el fregadero llegó su padre muy contento con un paquete en las manos, su papel estampado indicaba que traía un regalo.

-¿Es para mí? ¿Es un regalo?- preguntó Gina. -Es para mi pequeña princesa ¿La conoces? Es una niña muy bonita de pelo rizado y cara de muñeca- Contestó el padre.  -Sí mi mamá es la reina de esta casa, a mi me toca ser la princesa. Dame mi regalo.- Dijo Gina arrebatándoselo de las manos.

Sorpresa la suya al ver que en la caja había unas zapatillas de casa. Eran incluso más bonitas que las que había perdido, con un pequeño taconcito y una perlitas blancas que la rodeaban. Gina las aceptó con una mueca, luego se las puso y paseó por toda la cocina mientras mecía su gracioso cuerpecillo.

Una vez en su cuarto, a solas, se las quitó de un puntapié y las miró de reojo, le  seguían gustando mas las otras. No podía olvidar así sin más, se recostó en la cama y comenzó a recordar como sucedió todo. Poco a poco analizó lo ocurrido en aquella tarde en la que un arrebato de niña chica, de rabieta, salió su zapatilla derecha lanzada por la ventana,  y como al asomarse vio al perro que se la  llevaba.

A la mañana siguiente volvió a guardar su libreta de mariposas en el abrigo del colegio, necesitaba recoger más información. De camino, en el coche le pareció ver al Coge Pantuflas en un callejón cerca de su casa, estaba rebuscando en una bolsa de basura al lado de un contenedor. Lo miró fijamente y descubrió en él las manchas blancas de la barriga. Por fin lo había encontrado.

Después de clase se fue con Sofía, con la abuela y sus primas. Había convencido a su madre de que la dejase pasar toda la tarde con ellas. Merendaron en la confitería de la esquina unas deliciosas tartaletas de frambuesa y un batido de chocolate. Luego fueron a jugar al parque, y se juntaron con otros niños del colegio para darle de comer a los patos del estanque, mas tarde, Gina regresaba a casa acompañada de sus amigas.

Al pasar por el lugar donde había visto por última vez al Coge Pantuflas salió corriendo, llegó hasta el contenedor, y no se atrevió a dar un paso más, había oído un ladrido detrás de ella, las niñas la llamaron y la abuela a gritos intentó ahuyentar a la perra pulgosa que le ladraba a Gina. Al rodearse vio que era la misma que intentó quitarle su otra zapatilla. Se enfrentó a ella lanzándole una de sus bailarinas pero no dejó de ladrarle, entre tanto llegó el perro negro para acompañar a su aliada.

Unos pequeños lamentos surgían de detrás del contenedor, caminando hacia atrás llegó hasta el ruido, y entre cachorros hambrientos encontró su ansiado tesoro. Su zapatilla de perrito calentaba a otros dos de verdad. Se aproximó a recogerla cuando uno de estos le lamió la mano y no pudo evitar acariciarlo. La abuela de Sofía y las niñas la llamaban a gritos mientras que los papás de los perritos seguían con sus contundentes ladridos.

Gina en un arrebato de valentía cogió el palo roto de una fregona y comenzó a lanzárselo a los perros consiguiendo salir del callejón. De camino a casa la abuela le echó la bronca pero ella no la atendió, estaba demasiado contenta como para escucharla. -Por favor no le diga nada a mi mamá- fueron sus únicas palabras.

A la mañana siguiente después de desayunar fue a su cuarto y abrió la libreta para repasar el plan de rescate que había planeado durante la noche. Todo estaba meticulosamente dispuesto, solo faltaba ejecutarlo. Abrió el armario, se pudo el chándal y las zapatillas de deporte, se recogió su precioso pelo en una coleta, cogió el chaquetón enguatado y la mochila del cole, luego fue a la cocina y tras tomar el desayuno salió a la calle donde la esperaba su amiga Sofía.

Fueron hasta el callejón, el Coge Pantuflas devoraba los restos de un bocadillo de mortadela y la perra pulgosa amamantaba a sus pequeños. Escondidas tras un árbol esperaron a que el papá de los cachorros se fuese a dar una vuelta. Al rato de marcharse  sacó de la mochila un trozo de biscocho y se lo lanzó lo bastante lejos a la mamá como para poder acercarse a sus crías. Una vez en sus manos acariciaron su lomo blanco de manchas negras, las pulgas se dejaban entrever en su pelo, pero las niñas no lo tomaron en cuenta y los escondieron en la mochila. Antes de irse, Gina le dejó en el suelo su otra zapatilla.

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