Gina
permanecía sentada en un banco con su libreta de mariposas en la mano, esperaba
encontrar entre los perros del parque al Coge Pantuflas. La única característica
que conocía era su color, negro azabache con manchas blancas por la barriga. Su
madre la observaba desde el grupo de cotilleo, los otros niños jugaban con
bicicletas o con patines, a pillar o a cualquier juego improvisado que sus
pequeñas mentes pudieran imaginar.
Se
encontraba ensimismada en sus pensamientos, en apuntar cada detalle que pudiese
servir a la hora de descubrir la guarida del perro, y no se dio cuenta de que
Sofía se había puesto detrás de ella con un puñado de hojas secas en la mano
para lanzárselas por encima. Gina se puso de pie, y tras recoger algunas hojas
comenzó a correr detrás de su amiga.
Antes
de que llegasen a tres metros del estanque su madre fue a buscarla. Luego, acompañaron
a Sofía con su abuela y sus primas que jugaban junto al merendero. La abuela
era una mujer muy cariñosa y amable que dedicaba los días festivos y las tardes a jugar con
los nietos.
Una
vez en casa abrió su pequeño cuaderno y leyó los datos apuntados. “ 1.-
Azuqui: perra de pelo largo, blanco y marrón, orejas cortas, rabo largo y
peludo. Igualita que Lasi. Acompaña a un niño mayor que yo, con cazadora azul
marino y vaqueros claros. 2.-Cachorro de Cocker de color negro y blanco. Su
amo, un señor mayor con sombrero y paraguas juega con él. 3.-Blando, el braco
canela de mi profesora de gimnasia, corre al lado de ella. 4.-Perra callejera
de colores, despeinada y con pulgas.”
Cerró
su cuaderno de notas y lo guardó en el cajón del escritorio, luego se asomó por
la ventana, había llegado la noche y una
leve lluvia mojaba las calles solitarias. Su madre la esperaba con la bañera
preparada, justo como a ella le gustaba con su patito de plástico y mucha
espuma. Después de cenar se durmió con su cojín de princesas.
A la
mañana siguiente se levantó con la misma obsesión del día anterior, encontrar
al perro que se comió su zapatilla de casa. Antes de irse al colegio guardó su
libreta en el abrigo, luego se subió en el coche y por el camino mientras que
su madre estaba atenta a los peatones y a los vehículos ella espiaba con su
mirada interrogante cada rincón de las calles.
Al
llegar al colegio encontró clavado en un árbol un papel que informaba de un
concurso de canes, esa misma tarde a las siete en el polideportivo municipal.
En el recreo convenció a Sofía para que la acompañase al espectáculo con la
debida supervisión de su abuela y el respaldo de sus primas.
Una
vez que llegaron a las instalaciones municipales comenzó a llover, resguardados
del frio de la calle y de la lluvia disfrutaron del paseíllo de los perros, de
cada prueba que debían de realizar con la inspección de los jueces y con el
sucesivo acompañamiento de sus dueños.
Al
llegar a casa subió a su cuarto y abrió el cuaderno. “ PRIMER CONCURSO DE
CANES CON ALTO PEDIGRÍ” polideportivo municipal, avenida piedad nº 1. Quince
preciosos participantes, dos de ellos completamente negros, ninguno con
manchas. Sigue la búsqueda.” Luego se acercó a la estantería, cogió una
caja de cartón y sacó la pareja de la zapatilla que andaba buscando.
La
guardaba celosamente bajo papel de periódico, una perrita con sus pelitos
suaves y rosas como el primer día. De la boca sonriente le salía una graciosa
lengüecilla y la trufa permanecía torcida igual que cuando la estrenó. Eran las
zapatillas infantiles más bonitas que había tenido. Su mamá buscó en las
tiendas pero no encontró otras iguales ya que se habían agotado.
Con
la zapatilla en la mano se asomó a la ventana, había escuchado un ladrido. Su
madre abrió la puerta y asombrada por su llegada perdió la otra zapatilla.
Inmediatamente salió corriendo, su madre la siguió a pocos pasos hasta llegar a
la calle, y tirada en el asfalto
permanecía sucia tras haber caído en un charco.
La
recogió justo cuando el perro pulgoso del parque se iba a aproximar, -Largo,
pulgas- le dijo con desprecio y el cucho corrió despavorido. Luego la dejó
en el baño, en el cesto de la ropa sucia y fue ayudar a su madre en la cocina.
Mientras lavaba los tomates en el fregadero llegó su padre muy contento con un
paquete en las manos, su papel estampado indicaba que traía un regalo.
-¿Es para mí? ¿Es un regalo?-
preguntó Gina. -Es para mi pequeña princesa ¿La conoces? Es una niña muy
bonita de pelo rizado y cara de muñeca- Contestó el padre. -Sí mi mamá es la reina de esta casa, a mi
me toca ser la princesa. Dame mi regalo.- Dijo Gina arrebatándoselo de las
manos.
Sorpresa
la suya al ver que en la caja había unas zapatillas de casa. Eran incluso más
bonitas que las que había perdido, con un pequeño taconcito y una perlitas
blancas que la rodeaban. Gina las aceptó con una mueca, luego se las puso y
paseó por toda la cocina mientras mecía su gracioso cuerpecillo.
Una
vez en su cuarto, a solas, se las quitó de un puntapié y las miró de reojo,
le seguían gustando mas las otras. No
podía olvidar así sin más, se recostó en la cama y comenzó a recordar como
sucedió todo. Poco a poco analizó lo ocurrido en aquella tarde en la que un
arrebato de niña chica, de rabieta, salió su zapatilla derecha lanzada por la
ventana, y como al asomarse vio al perro
que se la llevaba.
A la
mañana siguiente volvió a guardar su libreta de mariposas en el abrigo del
colegio, necesitaba recoger más información. De camino, en el coche le pareció
ver al Coge Pantuflas en un callejón cerca de su casa, estaba rebuscando en una
bolsa de basura al lado de un contenedor. Lo miró fijamente y descubrió en él
las manchas blancas de la barriga. Por fin lo había encontrado.
Después
de clase se fue con Sofía, con la abuela y sus primas. Había convencido a su
madre de que la dejase pasar toda la tarde con ellas. Merendaron en la
confitería de la esquina unas deliciosas tartaletas de frambuesa y un batido de
chocolate. Luego fueron a jugar al parque, y se juntaron con otros niños del
colegio para darle de comer a los patos del estanque, mas tarde, Gina regresaba
a casa acompañada de sus amigas.
Al
pasar por el lugar donde había visto por última vez al Coge Pantuflas salió
corriendo, llegó hasta el contenedor, y no se atrevió a dar un paso más, había
oído un ladrido detrás de ella, las niñas la llamaron y la abuela a gritos
intentó ahuyentar a la perra pulgosa que le ladraba a Gina. Al rodearse vio que
era la misma que intentó quitarle su otra zapatilla. Se enfrentó a ella
lanzándole una de sus bailarinas pero no dejó de ladrarle, entre tanto llegó el
perro negro para acompañar a su aliada.
Unos
pequeños lamentos surgían de detrás del contenedor, caminando hacia atrás llegó
hasta el ruido, y entre cachorros hambrientos encontró su ansiado tesoro. Su
zapatilla de perrito calentaba a otros dos de verdad. Se aproximó a recogerla
cuando uno de estos le lamió la mano y no pudo evitar acariciarlo. La abuela de
Sofía y las niñas la llamaban a gritos mientras que los papás de los perritos
seguían con sus contundentes ladridos.
Gina
en un arrebato de valentía cogió el palo roto de una fregona y comenzó a lanzárselo
a los perros consiguiendo salir del callejón. De camino a casa la abuela le
echó la bronca pero ella no la atendió, estaba demasiado contenta como para
escucharla. -Por favor no le diga nada a mi mamá- fueron sus únicas
palabras.
A la
mañana siguiente después de desayunar fue a su cuarto y abrió la libreta para
repasar el plan de rescate que había planeado durante la noche. Todo estaba
meticulosamente dispuesto, solo faltaba ejecutarlo. Abrió el armario, se pudo
el chándal y las zapatillas de deporte, se recogió su precioso pelo en una
coleta, cogió el chaquetón enguatado y la mochila del cole, luego fue a la
cocina y tras tomar el desayuno salió a la calle donde la esperaba su amiga
Sofía.
Fueron
hasta el callejón, el Coge Pantuflas devoraba los restos de un bocadillo de
mortadela y la perra pulgosa amamantaba a sus pequeños. Escondidas tras un
árbol esperaron a que el papá de los cachorros se fuese a dar una vuelta. Al
rato de marcharse sacó de la mochila un
trozo de biscocho y se lo lanzó lo bastante lejos a la mamá como para poder
acercarse a sus crías. Una vez en sus manos acariciaron su lomo blanco de
manchas negras, las pulgas se dejaban entrever en su pelo, pero las niñas no lo
tomaron en cuenta y los escondieron en la mochila. Antes de irse, Gina le dejó en
el suelo su otra zapatilla.
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