El grito en el cielo puse un sencillo amanecer, pues mi cuerpo estaba cubierto de pergaminos sin leer. Al despertar estos manuscritos encontré, su rúbrica delataba su proceder, siendo la caligrafía de mi poder. Expresaban toda una vida de sueños, experiencias, pensamientos y lo más importante lo que quedaba por vivir. He tapizado mi cuarto con las letras que aquel día escribí. Para no olvidar los objetivos, ni los sueños por vivir.

viernes, 29 de junio de 2012

MARCOS Y EL PINCEL DE ORO (segunda parte)

El cielo, terminaba de perder la luz de la tarde para acomodarse la luna y la oscuridad de la noche, un cielo tan normal como el de casa, el mismo que contemplaba tumbado en mi hamaca las noches de verano después de haber cenado en el jardín. De pronto me pareció ver una estrella fugaz, tan rápida como su propio nombre indica.

-Marcos, ¿Qué miras tan fijamente?- Me preguntó Eliseo.
-Me pareció ver una estrella fugaz, e intenté pedir un deseo.- Contesté.
-Eso son bobadas, entra, que la cena está lista.- Dijo mientras se limpiaba las manos en un mandil trebolado.

Me levanté del suelo, y entré a la casa, en la mesa había servido una especie de ensalada. Tan aliñada como la mi mamá, con sus hojitas verdes, sus coloridos tomatillos, y sus condimentos que hacían de ella un rico plato. Ella siempre me los servía de una forma decorativa, y a la vez atractiva para los ojos de un niño.

Jugué un poco con la comida antes de probarla, deseaba que mi acompañante fuera el primero en comer. Una vez que observé como engullía el colorido plato lo probé. Al comprobar lo rico que estaba devoré hasta el último trozo, me encontraba hambriento, parecía que llevaba medio día sin comer. 

Después, sacó del mueble unas galletas, puso dos en cada plato. En un principio me pareció ridículo, miraba fijamente las insípidas galletas, cuando las roció con polvo de oro. Rápidamente cambiaron de aspecto, su tamaño aumentó poco más del doble, se volvieron rocosas. Mi acompañante dio un mordisco a una de ellas, la paladeaba delicadamente, y lo imité.

-¿Cuándo me vais a dar uno de esos saquitos?- Le pregunté antes de llevarme la segunda galleta a la boca.
-No te adelantes a los acontecimientos, lo tendrás cuando Máncalo lo consideré necesario. ¿No te has fijado que hay algunos que no lo llevan?- Contestó.
- ¿Pero, cuánto tiempo tiene que pasar?- Le dije.
- El tiempo no importa y menos aquí, que es como si no pasara. Unos lo consiguen antes que otros, únicamente depende de Máncalo.- Contestó.

Después de comernos las deliciosas galletas nos fuimos a la cama, no antes de haber recogido la cocina. La noche me parecía eterna, mientras yo no podía dormir mi compañero roncaba profundamente en la cama de al lado, me extendí en la cama imitando su postura pero tampoco pude coger el sueño, y decidí salir a la calle a dar un paseo.

Abrí la puerta lentamente, y me asomé al exterior, antes de salir de la casa volví la vista para comprobar que Eliseo seguía dormido. Deambulé por las sendas cercanas a la casa, no quería perderme y acabar siendo picoteado por aquellos estúpidos pajarracos. Me acerqué a las casitas de al lado para comprobar que todos dormían, luego anduve un poco más lejos hasta llegar a la casita de Álvaro.

Me asomé a su ventana para comprobar que dormía, pero al igual que yo estaba despierto, escondido debajo de la cama se alumbraba con una linterna mientras escribía en un pequeño cuaderno. Pretendía tocar en el cristal para llamarlo, quería seguir con la conversación que habíamos empezado. Escuché un ruido, y al girar la cabeza me encontré a Máncalo mirándome fijamente.

Desperté a la mañana siguiente al oír una bocina, para entonces Eliseo se encontraba ya vestido, con el trajecito verde de todos los días, me levanté para asearme y vestirme, tenía pendientes todas las tareas indicadas por aquel brujo.

Llegué al cobertizo en compañía de Eliseo, todos los demás esperaban su llegada para que abriera la puerta, y así comenzar con su trabajo puntuales, como Máncalo exigía. Me puse el mandil y luego comencé a presentar los patrones sobre una plancha de cuero, luego los recorté, y llegando la hora del desayuno hacía el trabajo de una forma casi mecánica como el resto de mis compañeros.

Después de sonar la bocina indicando el descanso todos se pusieron en fila, yo los imité, Eliseo fue hasta el despacho de Máncalo y cogió una caja toda llena de bolsitas, en ellas guardaba dos galletas para cada uno, iguales a las que habíamos comido la noche anterior. 

No pasaron ni quince minutos cuando de nuevo apareció la señal para indicar que debíamos volver al trabajo. Durante largo rato seguí realizando la tarea anterior hasta que apareció Máncalo y me ordenó que fuera al grupo de lustrar, a untar betún a los zapatos confeccionados con materiales de peor calidad. 

Después de casi siete horas elaborando calzado nos dirigimos a casa. Eliseo había preparado tortilla de patatas y pimientos fritos para el almuerzo. Apenas me había dado tiempo de reposar la comida cuando volvió a sonar la desquiciante bocina. Antes de irme, Eliseo me dio un sombrero, y unos guantes a juego.

-El azadón y la regadera los encontrarás en la caseta de las herramientas.- Me dijo antes de que cerrara la puerta.

Me fui al campo de tréboles por la senda que Eliseo me había indicado, por el camino encontré la caseta donde guardaban las herramientas, entre el campo de tréboles y el campo de maíz. Cogí lo que creí necesario y lo que pude cargar, y comencé con el trabajo.

Mientras enderezaba algunos tréboles con un palo guía, vi como un hombre nadaba entre las aguas cristalinas del rio, no pude resistir la curiosidad y me acerqué. Su ropa estaba en el suelo, al otro lado de la orilla. Entre la prendas pude reconocer la capa de Máncalo, debía de ser él.

Agachapado entre el matorral pude observar como entre sus carnes blancas se dibujaban las cicatrices de los golpes recibidos. Nadaba de un lado a otro, me fijé en sus piernas, de las cuales solo la izquierda salía al exterior. Buscó su palo, para apoyarse y salir del agua, entonces supe porque cojeaba.

-Marcos, Marcos, estás loco.- Me susurró una voz amiga.
-Álvaro, me has asustado.- Le dije.
-Como te pille mirándolo te castigará, nos tiene prohibido acercarnos al rio a no ser que él lo ordene. Al último que lo expió lo envió a darle de comer a los monos y no regresó.- Me explicó.
-¿Pero dónde están los monos? Yo no los he visto- Dije.
-Y por tu bien será mejor que no los veas, nadie ha regresado después. Están dentro de la casa de Máncalo, detrás de una puerta cubierta por las plantas trepadoras, al abrirla te comunicará con un pasadizo, al final hay una puerta que encierra a los monos lente o lechuza, ellos custodian…- Contestó hasta que Eliseo nos interrumpió.
-Continuad inmediatamente con vuestros quehaceres, que nadie os a librado de ellos. No le contaré por ésta vez a Máncalo de vuestras impertinencias pero permaneceréis hasta el anochecer realizando las tareas encargadas.- Ordenó Eliseo.

Daban las once y media cuando llegue a casa, Eliseo me esperaba sentado en el sofá repasando unos folios. Sobre la encimera un plato de pasta frio me esperaba como cena, después de todo el trabajo no consideró que mereciera algo mejor.

Me esperó sentado con sus papeles hasta que me bañé y cené. Después nos fuimos a adormir sin mediar palabra. Él debía estar enfadado conmigo por espiar a Máncalo, pero sin duda el perjudicado había sido yo. Me hice el dormido hasta que comenzó a roncar, entonces me levanté para husmear en sus papeles.

La noche se esfumó como un suspiro pero estaba deseoso de que llegara la mañana para ver a Álvaro, tenía que contarle algo que había descubierto en los documentos que repasaba Eliseo la noche anterior. Me levanté deprisa antes de que Eliseo se despertara y marché camino al cobertizo.

Cuando llegué esperaban en la puerta unos quince duendes, entre los más madrugadores estaba yo, esperando que Álvaro llegara pronto para hablar con él antes de que se presentaran Máncalo y Eliseo. Poco a poco fueron llegando todos los duendes, todos menos Álvaro. Me fui retrasando en la cola hasta quedar el último, pero no llego.

-¿Dónde está Álvaro?- Le pregunté a Luis, su compañero.
-Desde que salió ayer por la tarde no lo he visto, y aquí cuantas menos preguntas hagas mejor- Contestó.
-¿Pero no fue a dormir? Mientras yo guardaba las herramientas lo vi camino a vuestra casa, después de haber estado castigado desgranando el maíz. ¿Habrá escapado? – Dije
-De aquí no hay quien escape, resígnate antes de que sea demasiado tarde. Ahora cállate, que Eliseo se está acercando con el desayuno. No quiero que me vea charlando contigo, haces demasiadas preguntas. ¿Has pensado que tal vez, haya desaparecido por tu culpa?- Contestó mientras miraba para el suelo intentando que Eliseo no se diera cuenta.
-¿Qué tengo yo que ver con su desaparición?- Le dije.

Entre recorte y recorte miraba de vez en cuando para la puerta esperando que llegara aunque fuera tarde, pero no apareció. Pasé toda la mañana intranquilo pensando porque tendría yo la culpa de su desaparición. Más tarde le pregunté a Eliseo si lo había visto, pero me ignoró.

A la hora del almuerzo fui hasta su casa, pero nadie me abrió la puerta, me asomé por la ventana y pude ver como Luis preparaba su comida. Le toqué al cristal, se acercó a la ventana, pero no me dijo nada, solo corrió las cortinas para que me fuera. Al parecer le daba igual que le hubiera pasado algo a su compañero.

En el almuerzo no hice más preguntas, me limité a vigilar a Eliseo. Al sonar la bocina me fui camino al campo de tréboles, debía de regarlos, pero esta vez cogería el agua de la fuente. Al llegar al cruce decidí acercarme un poco a la casa de Máncalo, lo suficiente para comprobar que Álvaro no estaba castigado en la jaula que colgaba del árbol.

Los pájaros al verme comenzaron con sus insufribles chillidos, tan fuertes que avisaron a Máncalo de mi presencia e inmediatamente abrió la puerta para reprenderme. Me excusé como pude, diciéndole que me había desorientado del camino. Después de indicarme el trayecto se entró.

Hice todas las tareas pendientes, regué los tréboles, quité los estropeados y enderecé los torcidos. Luego a las ocho regresé a casa cansado de tanto trabajar y apenado porque seguía sin tener noticias de mi amigo. Cuando llegué a casa, Eliseo preparaba la cena, ensalada y filetes a la plancha.

Con los ojos medio abiertos esperaba a que Eliseo de durmiera, tan larga fue la espera de aquella noche que me quedé dormido. Habían pasado dos horas cuando desperté, mi acompañante roncaba profundamente, me levanté muy despacio para no hacer ruido, y me fui a la calle, más concretamente a la casa de Álvaro.

Asomado a la ventana comprobé que Luis dormía plácidamente, se había dejado la ventana abierta, pero entrar por ella sería más complicado y más ruidoso que abrir la puerta de la entrada. Con el simple gesto de girar el pomo estaba dentro. Con sumo cuidado me aproximé a la cama de Álvaro y arrodillado en el suelo encontré lo que andaba buscando.

Me disponía a salir, ya me había levantado cuando algo dorado entre la oscuridad llamó mi atención. Sobre una silla, se encontraba la ropa sucia, y entre ella relucía el brillo del saquito de polvo de oro. Sigilosamente me acerqué, pretendía robarle el saquito, pero si lo hacía, él, denunciaría su desaparición y me castigarían.

Rebusqué entre los cacharros del mueble de la cocina, cogí una pequeña fiambrera y vacié casi medio saquito en ella, luego la tapé apretándole con fuerza la tapadera, y me la guardé en el bolsillo del pantalón. Después de comprobar que no había testigos salí a la calle y a paso ligero regresé a la casita.

Me arrodille al lado de mi cama y entre el colchón y el somier guardé lo confiscado, igual que lo tenía Álvaro. Luego me acosté, me encontraba exhausto entre el trabajo y de las indagaciones mi cuerpecito no daba abasto, e inmediatamente me quedé dormido.

A la mañana siguiente me despertó Eliseo, yo no había escuchado el despertador y me había quedado dormido. De un salto me levanté de la cama, a los pocos minutos estaba vestido, preparado para el trabajo. Mientras Eliseo estaba en el baño, cogí la libretita y me la guardé en el bolsillo, tenía muchísimas ganas de leerla pero todavía no había llegado el momento.

Nos fuimos al trabajo como cada mañana, todo surgió con normalidad como los días anteriores, cada cual realizaba sus tareas, sin más intención que la de hacer bien su trabajo. Con minuciosa maña confeccionábamos el calzado que luego iría a parar a las manos de nuestra verdadera familia.

CONTINUARÁ……

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