Me dolían las manos, los sabañones apuntaban inquietos recordándome el frío que acababa de pasar fuera, la noche, abrazada por la niebla era casi perfecta, el fuego de la chimenea encorvaba la cuerda hasta convertirla en cenizas, el gato me miraba tras el cristal de la ventana, en sus ojos se reflejaban los pecados ajenos de los que es testigo y seguidor entre las sombras desde donde se camufla y maúlla dando la voz de alarma, pero nadie pisa el bosque cuando el sol se esconde, tienen miedo de la muerte que saben encontrar cerca, rondando sin ningún tipo de misericordia para sus almas, camuflada entre la vegetación y los árboles, sigilosa reconstruye en la mente el hecho palpable de esos corazones nobles o bravíos que infectan el camino de huellas perdidas, recibiendo sin piedad su destino.
En el sofá pastoreaba los sueños sumido entre las llamas silenciosas, recostado, con las piernas estiradas podía ver la cacha del puñal asomándose, el viento siseaba acordes de intrusismo, el gato saltó al suelo desde la rama buscando la fiesta, apagué las velas, ahogué el fuego y me asomé, entre la escarcha del viento cerca del abedul una luz tintinearte anunciaba visita, con la ayuda de un cerillo busqué el royo de cuerda que había guardado en el cajón, retiré el tresillo y abrí la compuerta del pasadizo, sabía que al final acabaría dándole uso, oí un maullido de aviso cerca de la puerta, pero lo ignoré y cerré la tapa, arrastrándome llegué hasta la salida, rodeé la casa y me escondí tras la valla del huerto, ante la puerta tocaban una vieja contraseña con los nudillos ya casi olvidada en mi memoria pero que reconocí, el gato, desde los pies del pozo firme a su desconfianza observaba aquel cuerpo envuelto en un impermeable negro, me acerqué sigiloso y le abracé el cuello con la soga, en el corazón puede haber sentido un mordisco de desconsuelo por aquella muerte amiga, pero me negué a ello y lo arrastré hasta el cobertizo, puse su cuerpo sobre la mesa y cogí el escalpelo de mi caja de herramientas, lo despellejé de una pieza, le puse sal, y luego, dejé el pellejo de mi gemelo colgado junto al de aquella niña, ambos, serían piezas imprescindibles en mi cementerio del bosque donde representar junto con los otros una escena, juegan todos al escondite mientras que yo descanso en casa, ante los ojos del gato y de aquellos vidriosos que me acompañan a la mesa y por toda la casa, cada día.
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