¡Vive el momento! me decían sus ojos cada vez que lo miraba, ¡Adelante, no te rindas nunca, lucha! esas palabras sonaban dentro de mi cabeza cada vez que me lamía las lágrimas de la cara. Durante toda su vida ha sido mi mejor amigo, sí, tal vez sean palabras echas, pero fueron dichas por una persona que encontró en un canino el cariño y la comprensión que otros seres no les supieron dar.
En mi niñez me arrebataron algo, y no una cosa sin importancia, me hicieron presa de la tristeza por poseer una risa disparatada y chillona, los principales culpables mis padres, progenitores de una niña feliz hasta que se cansaron de escucharla, los otros, los compañeros de colegio que preguntaban una y otra vez cuando ponía el huevo.
Fui castigada en clase por armar jaleo cuando simplemente me reí de un chiste malo escrito en una nota. Víctima de todas las burlas decidí darles lo que pedían, silencio, silencio hasta que llegase el momento de poder hablar, entonces hice muda mi inconveniente risa y así pasaron los años, las bromas cesaron y los castigos de unos y otros también.
Mientras crecimos pasaron ocho largos años hasta que cumplí la mayoría de edad, únicamente había relucido el verdadero yo cuando estaba sola, bueno, ni tanto, tenía a mi lado a Puf le puse así porque ya de pequeño se desparramaba por el suelo y se dormía la siesta mientras yo leía un libro posando mi cabeza sobre él.
La gente que no me conocía pensaba que era tímida, triste e incluso extraña. Me preguntaron en varias ocasiones porque reía para mí, acompañando una leve sonrisa de un ruidito complaciente, buscaban en mi boca complejos sobre dientes picados e imperfectos, cuando eran de anuncio clínico.
Por fin llegó el día de mi cumpleaños, mis padres habían preparado la barbacoa y decorado el jardín, parecían prever que lo celebraría por todo lo alto, los invitados estaban a punto de llegar, pero yo no quería estar allí. Desde el día anterior tenía la maleta preparada y escondida bajo la cama, los ahorros de toda una vida guardados en el bolsillo de la chaqueta, con la maleta y la correa en mano me dispuse a salir a la fiesta.
Mis abuelos maternos y mis tíos abuelos estaban tomando la primera copa, mi padre avivaba la candela y mi madre servía unos canapés. Dejé la maleta en la entrada y acompañada de Puf me acerqué al marco de puerta. -Espero que lo paséis muy bien sin mi compañía, lo siento, pero llegó la hora de vivir mi vida sin restricciones, me voy de casa- Dije con un tono que únicamente mi abuela se precipitó a preguntar los motivos que me llevaban a ello. -Carpe Diem- contesté.
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