Eulalia
se encontraba tumbada en el sillón del dentista, con la boca abierta de par en
par, la anestesia le impedía que notase el dolor que le provocaría el sacarse
los restos de una muela de no habérsela inyectado. De no haber sido por el
flemón que esta le había producido no habría ido al dentista, el simple hecho
de pasar por la puerta le producía un pavor sorprendente.
Temerosa
rezaba a todos los santos que conocía para que terminase pronto de hurgarle en
la boca. La enfermera le puso un algodón en el lugar de la extracción, y tras
unas recomendaciones estaba lista para irse a casa. Al llegar a la recepción
tuvo que esperar un rato porque la chica estaba ocupada con otro cliente y mientras
esperaba llegó Catalina, un antigua amiga suya.
Un
par de minutos le bastaron para quedar con ella en tomarse un café el próximo
jueves por la tarde cuando ésta saliera de Pilates. Eulalia con un leve
movimiento de cabeza le confirmó la cita, pues no se atrevía a mover la boca,
temía que se le saliera el algodón.
Pasaron
los días y Eulalia se encontraba totalmente recuperada de su extracción. Se
dirigía camino a la cafetería donde había quedado con Catalina, cuando al pasar
por la puerta de una heladería se quedó mirando un cartel y se escurrió al
pisar una cucharilla que alguien debía de haber tirado al suelo. Pronto dos
jóvenes que pasaban por allí acudieron a comprobar que se encontraba bien. La
ayudaron a levantarse del suelo y luego cada cual siguió su camino.
Catalina
la espera sentada en la misma mesa donde en su juventud tomaban refrescos
mientras departían de novios, moda y contratiempos. Ilusionada tomaba un café
mientras que Eulalia llegaba, llevaban tanto tiempo sin verse que tenían que
volver a ponerse al día después de haber perdido el contacto.
Eulalia
al tomar un sorbo de su café se dio cuenta de que efectivamente se había roto
el colmillo derecho al escurrirse y darse con una piedra. Le produjo tal
picotazo que no bebió mas café, y se entretuvo en jugar con la cuchara mientras
que Catalina le contaba como aprendía natación en un curso impartido en la
piscina municipal. La invitó a que fuera un día con ella a la piscina, pero
Eulalia se negó excusándose que tenía cosas que hacer.
A la
mañana siguiente Eulalia preparaba el bolso y se colocaba el bañador para ir a
la piscina, aunque se había negado en un principio aceptó más tarde, al darse
cuenta que le había salido de nuevo un flemón, pero esta vez cerca del labio superior.
Al parecer tenía el colmillo picado por la parte posterior.
Cuando
llegó a la piscina todos los alumnos se encontraban en el agua, ella soltó su
bolso, extendió la toalla y se sentó en ella para inflar su flotador. Los
alumnos y el monitor la miraban atónitos, pues no llegaban a entender que
pintaba aquella señora con su enorme bañador de volantes y con su flotador en
la piscina infantil.
Rodeada
de niños se mecía de vez en cuando con su flotador y se mojaba la cara para que
el agua le bajase la inflamación. Catalina que la vio a lo lejos cuando iba al
baño se acercó a ella y la acompaño hasta la clase de los adultos, aún en
compañía de los de su edad no se atrevió a soltar el flotador porque pensaba
que se iba a ahogar.
Los
nadadores adultos practicaban después de la clase mientras que los jovenzuelos
saltaban del trampolín, los peques jugaban a la pelota y Eulalia junto con
Catalina charlaban bajo la protección de la sombrilla. Catalina intentaba
convencer a Eulalia para que fuera al dentista, mientras que ésta se negaba
porque decía que ir a la piscina y meter la cabeza en el agua le salía más
barato.
A la
siguiente clase volvió a presentarse con su flotador, pero esta vez no se
equivocó de grupo y junto con los adultos participaba en la clase todo lo que
el flotador le permitía. El monitor se fue a contestar una llamada mientras que
los alumnos practicaban, y Eulalia decidió meter la cabeza dentro para
refrescarse, y poco le faltó para ahogarse, pues cogió tanto impulso a la hora
de sumergir la cabeza que el cuerpo se le fue para el interior de la piscina y
se quedó con los pies enganchados en el flotador.
Fue
tan largo y tan terrible para ella el minuto que duró su desdicha que cuando se
recuperó del susto se cambió de roba, se colgó el bolso y se fue al dentista a
que le empastasen el colmillo. De camino a casa pasó por la puerta de la
heladería y cogió la piedra con la que se había roto el diente y la lanzó al
cristal de la heladería justo en el cartel que decía “ Colchonetas y
flotadores para los cien primeros clientes”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario