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miércoles, 15 de octubre de 2025

EL TAXIDERMISTA DEL BOSQUE

Me dolían las manos, los sabañones apuntaban inquietos recordándome el frío que acababa de pasar fuera, la noche, abrazada por la niebla era casi perfecta, el fuego de la chimenea encorvaba la cuerda hasta convertirla en cenizas, el gato me miraba tras el cristal de la ventana, en sus ojos se reflejaban los pecados ajenos de los que es testigo y seguidor entre las sombras desde donde se camufla y maúlla dando la voz de alarma, pero nadie pisa el bosque cuando el sol se esconde, tienen miedo de la muerte que saben encontrar cerca, rondando sin ningún tipo de misericordia para sus almas, camuflada entre la vegetación y los árboles, sigilosa reconstruye en la mente el hecho palpable de esos corazones nobles o bravíos que infectan el camino de huellas perdidas, recibiendo sin piedad su destino.  

En el sofá pastoreaba los sueños sumido entre las llamas silenciosas, recostado, con las piernas estiradas podía ver la cacha del puñal asomándose, el viento siseaba acordes de intrusismo, el gato saltó al suelo desde la rama buscando la fiesta, apagué las velas, ahogué el fuego y me asomé, entre la escarcha del viento cerca del abedul una luz tintinearte anunciaba visita, con la ayuda de un cerillo busqué el royo de cuerda que había guardado en el cajón, retiré el tresillo y abrí la compuerta del pasadizo, sabía que al final acabaría dándole uso, oí un maullido de aviso cerca de la puerta, pero lo ignoré y cerré la tapa, arrastrándome llegué hasta la salida, rodeé la casa y me escondí tras la valla del huerto, ante la puerta tocaban una vieja contraseña con los nudillos ya casi olvidada en mi memoria pero que reconocí, el gato, desde los pies del pozo firme a su desconfianza observaba aquel cuerpo envuelto en un impermeable negro, me acerqué sigiloso y le abracé el cuello con la soga, en el corazón puede haber sentido un mordisco de desconsuelo por aquella muerte amiga, pero me negué a ello y lo arrastré hasta el cobertizo, puse su cuerpo sobre la mesa y cogí el escalpelo de mi caja de herramientas, lo despellejé de una pieza, le puse sal, y luego, dejé el pellejo de mi gemelo colgado junto al de aquella niña, ambos, serían piezas imprescindibles en mi cementerio del bosque donde representar junto con los otros una escena, juegan todos al escondite mientras que yo descanso en casa, ante los ojos del gato y de aquellos vidriosos que me acompañan a la mesa y por toda la casa, cada día. 

martes, 30 de septiembre de 2025

LA PROTERVA

 

¿Cómo pretendes que te exprese mi cara 

aquello que tu corazón no merece? 

Yo tengo en mi espíritu, 

Un graduador de espadas, 

Las siente tan afiladas que  

Más que cortar afeitan,  

Los pelos crecientes de las lenguas mal habladas. 

Convivo, lo mismo con palabras que acarician,  

Que, con pecados mortales de pensamiento, 

O sostengo conversaciones de picardías,  

Convenidas en sátiras, según el momento. 

Tengo humor de perro viejo y dolorido 

El día de la semana que a duras penas he dormido. 

No me muta la cobardía ante los ladridos, 

Que siendo yo quien más ladra  

En ocasiones también he mordido. 

Tengo un hábito que me cubre la vergüenza, 

Y en caso de verme comprometida, 

Tengo también las tijeras,  

Que en jirones la desmonta 

Complementándome a mí misma 

Con la falda aún más corta. 

Tengo miedos que tienen tantos años 

Como las canas que peino, 

Y a ellos siempre recurro  

Para tener los pies en el suelo, 

Entre la tierra que me vio crecer  

Desenredándome el pelo, 

De entre las espinas 

Que crecían junto a las piedras, 

Y aquel arroyo de agua  

Que de mis lágrimas siempre se sostuvo. 

¿Cómo pretendes que te exprese mi cara 

aquello que mi corazón no siente? 

Tengo tantas personalidades vividas 

Que en ocasiones  

Hago de mis tertulias terapia interna. 

Aunque fotografiara el momento 

De caras decepcionadas al encontrarse  

Con mis respuestas estrepitosamente cortantes, 

El jaleo del contrincante nunca sería lo mismo, 

Que así, si doy motivos, 

 

No les faltarán nunca, un porque para odiarme.  


lunes, 15 de septiembre de 2025

LO QUE DA EL HUERTO


Cleto contemplaba sus tullidas tierras desde la ventana mientras tomaba el primer café siguiendo la rutina marcada desde que se había jubilado; dedicaba su tiempo a labrar una tierra infértil.

Sin embargo, Ambrosio su vecino colindante tenía unas hortalizas de mercado, de revista agrícola, de foto de influencer, se le percibía orgulloso cada vez que se cruzaban, Cleto presentía la sátira en su sonrisa, la opinión de sus no tan agraciadas labores. 

El huerto cuadriculadamente ordenado era el más bonito de la zona, con su parcela correspondiente para cada tipo de verdura, los tomates: rojos, verdes, de pera, cherry los pimientos: verdes italianos, morrón y de padrón catalogados por tipos, así como las berenjenas, los calabacines, los pepinos, las zanahorias, todo le crecía con una algarabía fascinante, algo, casi mágico, incluso los árboles frutales se extendían rebosantes de salud. 

La linde separada por una barrera tableada marcaba la abismal diferencia, las plantas apenas crecidas se detenían para envejecer o ser cultivadas con frutos vanos que no servían ni para alimentar los pájaros que se posaban cerca del cableado, incluso ellos, observaban atónitos el ir y venir de uno con la cesta llena y las manos vacías del otro. 

Cleto desesperado rondaba a hurtadillas en busca de algún secreto, lo vigilaba tan cerca cómo podía y copiaba sus maneras de regar, la forma en la que movía la azada, incluso husmeó entre sus enseres tras convencer a su esposa de que le distrajese en busca de algún tipo de abono que hurtar sin ningún resultado, sus hortalizas eran tan ecológicas como deliciosas, y esto último lo sabía porque había pecado de ladrón en alguna ocasión apropiándose de ciertas piezas que dijo ser suyas. 

La coronación de su envidia llegó junto a una cabra y media docena de gallinas, que aumentaban la familia del gallo y los tres conejos, tal fue su enojo que de un puntapié tumbó en el suelo su propio espantapájaros propiamente tan jamelgo como el resto de la finca y blasfemando se dirigió hacia la casa. 

Aquella noche se le hizo más larga que de costumbre, pero a su vez le concedió más tiempo para pensar mientras su señora dormía a pata suelta, a la mañana siguiente ya tenía ideado un plan que puso en pie nada más tomarse el primer café. 

En la radio del coche sonaba una canción que le hizo recordar a su niñez, al coro parroquial y a los sermones del cura, con el pensamiento de no perder el hilo de su propósito apagó la radio y condujo hasta el mercado donde compró un cochino entero y par de pollos; luego se fue a casa, y esperó a que llegara la noche. 

Con almocafre en mano ocultándose entre las sombras labró diversas circunferencias derribando parte del cercado vecino todo con el más escrupuloso cuidado de no hacer ruido, le sustrajo todas las hortalizas y frutos maduros, destrozó sus árboles y plantas, más tarde sentenció la vida de los animalillos para esparcir sus partes descuartizadas por ambas fincas enterrando algunos trozos, tras añadir al destrozo el cochino y los pollos comprados se fue a dormir. 

A la mañana siguiente Ambrosio aparecía muerto, su cuerpo gélido descansaba desde la tarde-noche anterior, un malestar le hizo acostar más temprano que de costumbre y un infarto le sentenció. Los vecinos congojados no entendían nada, algunos conocían la delicadeza del corazón del difunto, otros asentían la disparatada opinión de Cleto de que habían sido los extraterrestres, su argucia había terminado algo diferente de lo que él había imaginado, ya se veía contando por televisión como había llegado un ovni arrasando con todo y de cómo eran aquellos seres que se habían comido la cosecha y el ganado, y así vender su parcela a algún interesando en la materia.

La policía catalogó el acto como vandálico y tras practicar la autopsia lo enterraron sin más. El resto de la finca se fue deteriorando sola, y pasado el tiempo llegó el día que unos parientes lejanos habían estado esperando, la leyenda del testamento, para ellos, la casa provista de todos sus enseres, las tierras que Ambrosio había mantenido por años eran para su vecino en agradecimiento por haber escogido el peor terreno cuando ambos compraron sus correspondientes futuros rurales.